Videocasetera

En clase la maestra da una instrucción: “Explica cómo funciona una videocasetera”. Es 1998. Quinto de primaria. Estoy abrumada con su indicación, lloro mientras mis compañeros parecen contestar alegremente en sus cuadernos. ¿Seré tonta? Jamás he sabido cómo un rectángulo con cinta puede guardar video de una videocámara, desconozco el proceso eléctrico tras eso, no entiendo cómo esa cinta se vuelve imagen y cómo esa imagen sale en la televisión. Sé que hay cables, los cuales me resultan complicados porque mi padre no me deja usarlos, pero no es esa la respuesta de la profesora, ella quiere saber cómo funciona la videocasetera, así como quien se pregunta cómo funciona un avión o cómo es que funcionan los cohetes espaciales para sostenerse en el espacio y volver a la Tierra, es una pregunta casi imposible. Lloro y la maestra me mira harta, todo el tiempo lloro en clase y ella está harta. Apura a todo el salón mientras vuelve a su escritorio desde donde evita verme. Ya viene el momento de decir las respuestas en voz alta, escucho de un alumno que para que una videocasetera funcione, hay que meter el videocasette y darle play. Debe ser una broma, ¡es la respuesta más tonta que he escuchado!, ese alumno no está contestando lo que ella preguntó ¿o sí? La maestra contesta “correcto, siguiente pregunta”. La vida siempre me pareció más dura de lo que quizá es. Eso también decía Estrella cuando yo era niña, que me complicaba por cosas que en realidad eran muy sencillas. Yo a veces me siento así aún, pero cada vez menos. A veces miro a mis compañeras tratando de contestar cómo funciona la videocasetera en el salón de posgrado, pero la academia solo les está pidiendo contestar que basta con dar play: citen hombres, enaltezcan la posmodernidad, pero ellas intentan e intentan y hacen textos preciosos que luego son destrozados frente a cualquier hombre que en la vida real ellas jamás dirigirían una sola palabra.

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