Mi abuela Amelia murió hace doce años, en noviembre. Ese día supe cosas, poquitas. Supe que Estrella, mamá, se quedaba al frente como la hija mayor, y que yo, a su vez, de mis hermanas. Se recorrió la autoridad. Sobre mí solo está mi madre ahora como mujer mayor y nadie más, antes estaba mi abuela sobre mi mamá, el nido se achicó. Me sentí muy mayor por esos días. No tengo hermanas mayores, soy la hermana mayor de dos mujeres. El otro día mi madre me dijo entre líneas o más bien fue mi hermana, que mamá sabe que en la muerte vendrá la abuela por ella, por cada una. Me quedé ausente y desencajada. Yo no sabía que una ancestra podía venir por mí. Amelia estaba muy cansada por cuidar tanto hijo y tanto nieto. No pensé que ella vendría. Pero me consuela que venga por su hija, mi madre, cuando tenga que ocurrir, espero que en varias décadas más. Mi mamá está convencida de que Amelia pasea por acá a veces, con sonidos de ella, luz y tranquilidad, mi mamá cree saber a qué viene, pero yo creo que solo pasa a amarla y le dice con mil mensajes que saldrá de esto, como ella salió a su vez. Yo no puedo traer a mi abuela, aún la miro con la tierra, unida a sus hijos, tallando calzones en su lavadero, sonriendo al platicar. Me falta tanto tanto tanto aún para sentir y entender de donde vengo, hacia dónde voy y quién soy. Espero tener certeza un día de que ellas vendrán por mí, pues aún me da por sollozar que solo vienen por sus hijos hombres. Pero es que aún he entendido bien a bien donde estoy.