Tía Leticia

La tía Leticia era asombrosa, hermosa, divertida, tranquila, chistosa, vivía con su hijo pequeño, le gustaban los tamales como a mí y vendía anillos y pulseras con chapa de oro. Cuando visitábamos esa casa, donde había más tías, entraba corriendo a su habitación a contarle todas las memelas que había comido ese día, casi siempre eran domingos. Tía, me comí dieciocho memelas, exageraba un poco, ¡qué impresionante! me preguntaba sobre la escuela, mis comidas y sobre los días. Me mostraba los anillos de su catálogo de terciopelo rojo y me dejaba ponerme todos, como eran de adulta, solo los disfrutaba un ratito, los de piedrecitas rojas y los de piedrecitas de colores me encandilaban.
La tía Leti un día me dijo, mientras jugaba con las pulseras, que yo no tenía que ser como ella, así «gorda y fea», ¿quieres ser como yo?, titubeé un poco, ¿cómo le diría que «no» si la encontraba asombrosa y hermosa?, no le quise contestar a mis siete años, quizá ocho, ella insistió, ¿quieres ser gorda y fea?, contesté apenada que no, supuse que eso quería que respondiera, ella continuó: exacto, por eso no puedes seguir comiendo así», ahora lo puedes hacer porque eres una niña, pero pronto ya no, un día tendrás esposo y una familia.
La panza de la tía Leti era dura y grande, sobresalía en su silueta sin mayor conmoción, no me parecía rara ni alguna vez llamó mi atención como para imaginar a esa edad que debía evitar convertirme en ella, quiero decir, no me atravesó la mente algo así. Ella no estaba casada ni tenía novios y no parecía preocupada por no estarlo, creo que por eso nos llevábamos tan bien, era capaz de meterse a mi mundo de niña y compartíamos complicidad como ninguna otra tía, sin embargo, me deseaba que yo sí un día estuviera con un señor.
Poco a poco me fui alejando de la tía Leti, quizá porque los tiempos cambiaron, mi edad, o porque me creí que debía alejarme de ella porque no debía seguir su ejemplo.
La última vez que nos vimos, en un funeral, en su mirada me dijo lesbiana de una forma no grata, ¿sí saben cuál?, esa mirada que sabemos nos otorgan las que aún no pueden asumir que las niñas que fuimos se salieron del corral, lesbofobia le llaman, y trató de no acercarse mucho, a pesar de mi emoción de raigambre infantil. Me sentí rechazada, claro, pero nadie me iba a quitar que la tía Leti fue un pilar lésbico, a pesar de sus enseñanzas en palabras, me dijo con su cuerpa y las piedrecitas, que las mujeres no tenemos que estar con ningún señor.

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