El capitalismo copió su receta fundacional, allá en el siglo XVI, de las bases del patriarcado. Ya había un patriarcado, esto significa, un sistema de dominación de hombres sobre mujeres, con miles de años de antigüedad, y lo único que hacen los hombres en el siglo XVI (lo digo como referencia de tiempo y no como único momento de la historia en que haya ocurrido), es copiar la receta para crear el capitalismo. La receta está hecha de: despojo de tierra, trabajo y vida + hambruna y crisis económicas + guerras y masacres, sostenido todo esto en la violencia exacerbada al cuerpo de las mujeres, a las cuales se les explota y extermina en el motor de la heterosexualidad, entendida como división sexual del trabajo (recomiendo «Sin heterosexualidad obligatoria no hay capitalismo» de Karina Vergara Sánchez). Desde su fundación, diariamente el capitalismo usa la misma receta, pero cada determinado tiempo, echa más masa al horno cuando quiere obtener más pan, es un ciclo indispensable para que ande el sistema. Solo que en la vida real, en el horno van nuestras cuerpas, al calor de la explotación y exterminio; y no salen panes, sale destrucción, feminicidios y ginocidios, la base de su acumulación, de la riqueza de los hombres, desde el hombre racializado hasta el magnate empresario. La pandemia es uno de esos momentos en que el capitalismo está echando más masa al horno, es un momento previsto en la lógica del sistema, es una crisis creada para que la máquina ande, como tantas crisis creadas por el propio capitalismo, y en el horno no va masa, vamos nosotras. Sin embargo, sabemos cómo funciona, es aquí que recordamos las viejas rutas de escape de las que nos antecedieron, el camino oculto que hay detrás o debajo del horno, a donde nadie nos pueda alcanzar, vamos averiguando porque de mientras no queda claro, por dónde se va caminando para salir, pero vamos.