Limpieza

«Siéntela del otro lado, mirando a la puerta», agarré a mi bebita regordeta para acomodarla dándole la espalda al escritorio, así empezó a mirar los asientos de espera de afuera, donde estaba su abuela como primera espectadora. «Ahora abrácela con esta mano y con la otra sostenga su pierna para que no la doble mientras la inyecto», abracé a mi osita y doblé su pierna, la enfermera le clavó su vacuna, pegó el grito de indignación, limpió y volvió a repetir, mi niña volvió a gritar. La abuela miraba horrorizada y la segunda fila declamaba ¡pobre bebé!, ¡lo bueno que está gordita!, miré al público de reojo mientras yo, la mamá, apretaba a mi hija besándole la cabecita sin parar, me sentía con las luces sobre nosotras, Siwuatl no sabía si odiarme a mí o a su enfermera. Me entregaron su cartilla y salimos airosas, la bebita había dejado de llorar apenas unos segundos después, la abuela le hizo gestos amorosos y la bebita sonrió quedito. Caminamos entre la gente de la sala de espera de los consultorios como quien acaba de ganar un premio. Nos miraban maravilladas, como si fuese un acto heroico. Y quizá no fuera así cierto, pero así se lo contaré.

Deja una respuesta