En las conversaciones entre nosotras es muy fácil olvidar al patriarcado porque estamos hechas de misoginia. Cuentos de mujeres malvadas que embaucan hombres. De mujeres mentirosas que maltratan hijos varones. De mujeres engreídas que se aprovechan de buenos muchachos. En esos cuentos, los pobrecitos cayeron en sus encantos como marineros mirando a una sirena, pobres diablos tan mensos que fueron a caer a lado de arpías malagradecidas, venenosas serpientes dispuestas a matar, que siempre están un paso adelante del pobre imbécil, confabulando en su contra, usándolo como un oso de peluche que mantienen a su lado con manipulación. ¿Dónde quedarán entonces las violaciones, acosos, feminicidios, golpes? ¿Nos lo habremos inventado? ¿A dónde van las mujeres desaparecidas que ya no vuelven? ¿La vida de las mujeres que se desperdicia en pendientes ajenos las 24 horas al día? ¿A dónde van los orgasmos que aprendimos a fingir? ¿el tiempo que nunca termina de ser nuestro? Es como cuando me toca dar talleres a mujeres con hijos varones niños o adultos, es lo mismo, cada hijo que ellas cuentan es maravillosísimo, el más guapo, el más educado, el más atento y amoroso, un príncipe azul que bajó a la tierra como premio a esa buena mujer, eso sí, solo su hijo de ella, no crean que creen eso del hijo de la amiga, no, solo su propio hijo porque ha tenido la suerte de criar a una excepción, ¿de quién serán los hijos asquerosos que acosan mujeres? ¿los feminicidas? ¿los tratantes? Parece que de nadie, no existen, nadie los vio, ellos siempre son buenos, los más más hermosos, la excepción y el tesoro. ¿Sí se nota?, tenemos que dejar de hablar o escuchar los cuentos patriarcales de mujeres serpientes y hombres adorables y manipulables. Eso es la heterosexualidad, eso es patriarcado.