Una mujer sabia

Estrella vende memelas, taquitos fritos y tostadas por las noches, como aprendió a hacerlo a los 14 años con su mamá, Amelia, mi abuela. Cada noche vienen muchas mujeres, más que hombres, a comprarle. Cada noche también hablamos de que sus precios son muy bajos y ya debe subir; cada noche me dice que no sé nada.

No crean que nos peleamos, la distancia que nos puso vivir en diferentes lugares (hace más de una década), nos hace llevarnos bien las temporadas que volvemos a estar juntas.

He notado algo que no alcanzaba a ver. Yo antes creía que como fenómeno aislado, que alguna mujer de mi edad venía buscando a mi mamá con sustituta de madre. Pero entendía porque yo a veces eso hago con las señoras en la Ciudad de México, me acurruco sin que se den cuenta en un buen plato de comida caliente, como quien se acurruca bajo las enaguas de la madre.

Hoy entiendo que pasa con todas las mujeres, no solo las de mi edad, las mayores, las más chicas, las más jóvenes, que vienen buscando a mi mamá directamente como una figura de sabiduría. He escuchado problemas de toda índole, plantean el escenario y mi mamá da su conclusión. Se dirigen a ella como mucho respeto, más allá que el respeto que dan a su vendedora favorita de comida nocturna,o más bien, es de otro tipo.

Las mujeres le presentan sus problemas y mamá opina lo que quiere. Vino el otro día una señora a contar que no sabía si dejar estudiar a su hija fuera, porque tenía miedo de que no hiciera familia, que se quedara sola como una profesionista solitaria, mi madre no sé por qué tiene la muletilla de hablar del año «mil cuatrocientos», dice ella que en el «mil cuatrocientos» eso debía ser, pero que el tiempo ya cambió, que deje que estudie, que suba y que baje, que haga lo que quiera hacer y no se preocupe por nada más.

Diría alguna estudiada universitaria, porque recién vi una ponencia en Youtube de cierto par de famosas, que mi mamá pertenece y reproduce el «relato de la modernidad», o sea, un antes que hay que superar, un después que está llegando donde se es de avanzada. Pero también pienso que es absurdo hablar de un relato de la modernidad en las acciones exclusivamente entre mujeres que se dan consejos, sobretodo cuando se está entre un comal de memelas, al fuego del carbón, en una plática quedita entre mujeres que averiguan cómo volverse más libres o menos oprimidas, y que está sucediendo desde miles de años atrás, donde todo apunta a dejar de estar con hombres.

Un poco después del año «mil cuatrocientos», como dice mi mamá para hablar de la Revolución Mexicana, no crean que habla de otro tiempo, nació una mujer como ella, Luz María, tenía el mismo puesto que mi mamá, pero en los años cincuentas y sesentas, era una tiendita también, diminuta igual, en otro lugar, no sé dónde, mi mamá la veía ahí de niñita, acomodando costales de maíz y frijol, y la idealizaba con locura, era fuerte, grande, inteligente, esa mujer era su abuela, imagino que a esa mujer también le pedían consejo las vecinas, imagino porque no la conocí, ya que dicen que Luz María un día corrió a su esposo, cambió cerraduras y no se volvió a saber de él.

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