Secreto

La muchachita C, de la casa de junto de quien predije su evidente lesbiandad, ya se pasea con sus camisitas cuadraditas, es tan radiante que se sabe invencible, debe estar en la preparatoria o recién salida de ahí, yo la conocí cuando era una beba que aprendía a caminar, a lado de su hermanita.

También hay una nueva vecina, aunque no vive en esta cuadra, se llama M, trabaja en la esquina revisando horarios del transporte público, es una señora abiertamente lesbiana, de gorra, sudaderas y mucha alegría. Si sales a la puerta, la vas a ver a un par de metros.

C y M se llevan bien, eso dicen las vecinas lesbofóbicas que las admiran cada vez que pasan por esta calle, las llaman “raritas” y no las saludan porque eso se “pega”. No me las imagino siendo amigas, pero me reconforta que se acompañen.

Hay otra lesbiana más, la hermana de la muchachita que trae a un bebé, ella también viene con su coleta relajada, sus playeras cómodas y su alegría. Debe ser un poco mayor a C, siento que también la conocí de pequeña, pero no puedo recordar bien, ¿será la otra la niña que predije también era lesbiana? solía ser una pequeña que venía a dejar tortillas, le tengo que preguntar a mi madre si es ella o la estoy confundiendo.

Hay mucha lesbiana,
qué dicha si me hubiera tocado una juventud así, 
pero no pasó.

Lo que no sé aún es si me saludan con mucha alegría por la misma alegría de ser lesbianas que reparten con su resplandeciente existencia lesbiana por doquier; o porque mis tatuajes de vulva y clítoris les afirman sus sospechas. Para ellas yo soy una señora, eso dice mi hermana Camila de 16, que sus profesoras son señoras grandes como yo, lejanas y extrañas.

Tiene razón, ya la gente a la que llaman adulta me parece gente jovencita, familias enteras comandadas por veinteañeras. Pero la gente viejita me parece muy viejita, sobretodo porque recuerdo sus caras frescas y carnosas de cuando yo era niña, pero ahora están sus cachetes desinflados y arrugaditos. Yo que me fui hace más de una década tengo fresca en la memoria los recuerdos de mujeres muy jovencitas que hoy son señoras, pero debo hacer esfuerzos para no sorprenderme porque el tiempo no pasó en un día, fueron muchos años lentos y precisos.

Pasa enfrente la señora que vende tesmole los domingos, le digo a mi madre que es un clon de Amelia, la mamá de mi mamá, quien falleció muchos años atrás. Mi mamá dice que no, pero se alegra tanto de ver a la señora del tesmole, a veces hasta va a desayunar con ella porque vende memelitas en su casa, la señora pasa por aquí y se asoma en la tiendita para encontrar la mirada de mi mamá, pero estoy yo y hace como que no se asoma.

Hoy mi mamá la encontró en la calle, iba encobijada con una chamarra vieja y rota, le explicó la señora que tiene más, pero que ninguna es como esa chamarrita viejita, pero sus hijos no la comprenden. Mi mamá le dijo que use las otras, pero la señora insistió. Se despidieron con palabras comunes, pero llenas de amor, ese amor que no es amor según ninguna de ellas, pero para mí lo es.

Mi madre ha llorado mares, pero es tan fuerte que llora con las vecinas, quienes le dan palabras de ánimo, traen sus libros de oraciones o le obsequian un tamalito. Dice mi mamá que ellas no son sus amigas, son vecinas, pero yo no he conocido pocas amistades tan entrañables como esas.

Yo mientras me alisto a esperar algo que va a pasar, y que me hace pensar, que todo el tiempo estamos esperando lo mismo, pero no nos sentamos a esperar, porque no tendría sentido nada.

Hace tiempo, hace once años para ser exactas, mi vida se cimbró y aprendí poquito a poco que la vida no sería lo que querría hasta la vejez, sino desde ahora, porque aunque parezca, no siempre hay un mañana. Entender eso me hizo esto que soy, aunque casi siempre olvide, o no quiera reconocer porque duele, de esa situación -tan íntima, tan mía, tan de nosotras- de donde aprendimos a vivir de otra manera, una más fuerte, siento.

Deja una respuesta