La historia de Benito

Nos robamos a Benito. Esa mañana tomé dos correas y salimos a pasear, comeríamos en aquel lugarcito con mesas en la calle y volveríamos caminando con Bruti San.
Bruti San es mi primer perro, un niño aborregado color pimienta y sal que por entonces no sabía caminar por la calle, temía que su correa se rompiera y por eso me llevé una de repuesto, cosa que nunca hice antes.
En el cruce de Atenas y Abraham González, en la Juárez, se distinguió un perrito negro venir por nosotras. Le dije a mis hermanas que protegieran a Bruti San, pero ellas, desobedientes, como se espera de cualquier hermana menor, dejaron que Bruti jugara, a pesar de una posible enfermedad mortal transmitida por olisquearse. Una señora con tres perritos blancos impecables, adornados con suéteres, se negó a que jugaran con el perrito negro, ahora el perrito negro jugaba con nosotras, como vengando la reciente negativa.
Era mediano, color oscuro, venía del antiguo centro nocturno “El patio”, un lugar entre ruinas donde estaba con unos señores vagabundos, en casas de campaña, tenía collar bien puesto, sin nombre, como si los señores hubiesen recogido un collar de la basura y se lo hubieran puesto de improviso. Nos despedimos del perrito negro tamaño mediano y llegamos al lugar vegano a comer.
La mesera se alborotaba iracunda con el perrito negro que no se iba de nosotras. Me cayó mal porque lo esperaba de todos los lugares, menos de un lugar vegano, con mesitas en la calle, entiendo que no está obligada a amar perros, de todas formas me prometí no volver a ese establecimiento. La gente de las otras mesas lo saludaban y el perrito negro les correspondía con mucha amabilidad. A mis hermanas y a mí nos sorprendía que fuera tan educado, amable, muy lejos de cómo es mi primer perrito, odiador de toda la gente. Bruti ya estaba molesto con la presencia del perrito negro y le ladraba para que se fuera, eso sí, de vez en cuando, como si quisiera ser discreto, es que mi Bruti San se hizo un perro fresón desde que vive con nosotras.
Tardamos en terminarnos las hamburguesas mientras rogábamos que el perrito negro se fuera con sus dueños, o quienes suponíamos, lo eran, tres cuadras atrás. Pedimos la cuenta y el perrito negro se despidió de todas las mesas, una por una, moviéndoles la cola, la gente le tocaba la cabeza, y nos siguió, como si viniera con nosotras.
Por metro Juárez decidí ponerle la correa que traía de repuesto y lo trajimos a casa, ya el último tramo cargando, porque parecía que no daba un paso más, en ese momento imaginamos que había atravesado larguísimas distancias y que venía hambriento y cansado, meses después supimos que lo suyo no es caminar mucho, es un perrito de bajo impacto. Dijimos que pegaríamos carteles por si era de alguien, que lo anunciaríamos en twitter, que volveríamos el otro fin de semana a preguntar, pero esa tarde lo bañamos, le hicimos cita para su esterilización y lo invitamos a dormir en nuestras camas.
Bruti San se hizo su hermano mayor, Bichi tardó en acostumbrarse hasta que logró encerrarlo en mi habitación con su metodología de las cachetadas gatunas. Le pusimos Benito, por la colonia. A veces le preguntamos si extraña a su familia de vagabundos, pero ya no recuerda nada. Cuando volvemos a pasar por su calle, le recordamos: «De aquí eres, ¿te acuerdas?» Toda la gente que vivía en la calle fue desalojada hace cosa de un año y la zona parece distinta. Benito tampoco volvió a ser tan amable como en el restaurantito y ahora ama morder señores.

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