La vida no avisa ni se controla, sucede de manera espontánea como la florecita en medio de la urbe de concreto, asomándose entre llantas de autos. No es ella un milagro, es la definición de la vida, como la selva o los bosques, florecitas repetidas con descaro. La muerte, en cambio, es planificada por el patriarcado, arrancada con saña, con degustación y placer de los hombres. La muerte nunca es un arrebato espontáneo ni sucede con la magia de la vida. No llega con sorpresa ni cierra ciclos más que en aquellas que duermen un sueño eterno, arropadas entre amoras, pero quizá ni en ellas que debieron trabajar largas jornadas en el capitalismo de los hombres y restaron días y sumaron dolores, hasta su muerte es planeada. Entonces por ahora tenemos la vida y sus caprichos, naciendo por doquier, brotando con cinismo frente a los delirios de los hombres. Quizá es esa la vida que nos hará acabar con el patriarcado. Su cinismo de vida, sus arrebatos de vida, sus úteras de mujer, sus cabellos de niña, sus pies descalzos de mujeres.