Hermana en cuarentena

Cada una tiene su espacio porque nos gusta estar a solas, quizá más a mí que a ella, compartimos recetas y nos dividimos la comida, a veces me molesto porque no quiero ser su madre, señalarle que hace falta que haga una parte, pero se avecina una discusión. Lo que pasa es que en casa –allá de donde somos– casi no se discute, mi madre, Estrella, enuncia tres palabras y se aleja cuando está molesta, sin gritar ni azotar nada, solo dice tres palabras, las dice quedito y te explica brevemente su molestia con suma tranquilidad. Debo aclarar que solo sucedía con sus hijas. Y si les soy sincera, llegué a pensar en la adolescencia que lo hacía a propósito para hacernos enojar aún más, pero ahora creo que es una forma de autocontrol, cuando está muy molesta hablará quedito y amorosa, así que una se siente como tonta, con un enojo desbordado frente a una ella-entera, que tiene el control de hablar quedito y amoroso, que además se va a seguir con su vida, sin grandes partidas ni puertas de adiós, como si pudiera despegarse de la situación, así que luego de dictaminar, continuaba tranquila, ¡a veces hasta cantaba o chifalaba melodías después de discutir!, pero para una, la regañada, el aire ya se nos había puesto raro, cuando era pequeña y mi madre se enojaba conmigo, el aire se hacía pesado, no podía con la sensación de que ella, la mujer de mis ojos, hubiera tenido que hablar quedito y amoroso, para controlar mi bestialidad, con esta sensación de haber explotado-de-más, así que a las horas todo volvía a la normalidad, alguna cedía, casi siempre yo. Con los años, aprendí, sin querer, lo que hay que hacer en una discusión con las mujeres que amo. Yo que soy la hermana mayor –y no su madre– también me enojo, tomo respiro, enuncio tres palabras y ya me voy, como si se metiera la energía de mi madre, no siempre lo he logrado, el año pasado ante la muerte, esa visitante ajena, perdí los estribos una y otra vez, pero estoy acá, la energía de mi madre se me metió, la calzo mal porque soy inexperta, pero otra vez soy la de siempre, se siente bien estar en mi piel de nuevo, no hay estribos qué perder, ya voy comprendiendo que la muerte es inevitable, me acostumbro a todas las ausencias, hay nuevas plantas, la cocina está iluminada por el sol de primavera, la discusión es en tiempo presente entre mi hermana y yo, en medio de nosotras la alacena, el aire se ensucia, nadie grita, nadie azota nada, no puedo con el aire que se nos vuelve pesado porque algo ocurrió entre nosotras, entonces hay que limpiar el aire, tomar un respiro, un nuevo sol, agradezco que exista, agradezco su comida, entiendo sus cualidades, guardo silencio. ¿Y si mi hija –inexistente e hipotética– tiene el carácter de mi hermana? «Todas las hijas siempre tienen ese carácter, hacen lo que quieren y nunca lo que quieres», se carcajea mi madre. Mamá, pero yo no quiero una hija así, ¡pero así es la vida!

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