Como nuestra obligación es maternar hombres cualquiera que sea su edad y relación con nosotras: padres, amigos, novios, esposos, tíos, abuelos, profesores, desconocidos, sobrinos, primos y los hijos mismos, no sabemos quiénes somos sin ellos. Como dice máxima de las canciones de amor heterosexual: «Sin ti no sé quién soy». Eso conlleva que realmente no se pueda distinguir lo que le hacen a ellos de lo que me hacen a mí, somos sus fieles guardianas, esclavas amorosas. Obviamente esto no es correspondido y ellos no guardan lealtad con nosotras. Se guardan lealtad entre sí sin importar mucho su origen, cantidad de dinero o racialidad. Cuando alguna de nosotras denuncia a un hombre, la mujer cercana a él se siente señalada. Cuando cortamos lazos con un hombre, la mujer cercana a él siente que en verdad cortaste con ella, que esto se lo haces a ella. Mamá, te amo con todo mi amor, por eso quiero que el señor amargado y parásito que vive contigo te deje en paz. «No me amas», intuyo que escucha. Te amo demasiado, eres todo lo que entiendo que es la vida, la sabiduría y la resistencia. «Si así hablas de tu papá, ¿cómo hablarás de mí?», se escucha lastimada. Hablo de ti como la fuerza, en todo lo que hablo. «¿Cuando esté vieja también querrás abandonarme?» Jamás, yo te amo a ti, a ti específicamente te amo. Pero amarla a ella como marca el régimen heterosexual tiene la condición de amar al bulto que la succiona, pero eso no es posible. Mamá, eso no es posible.
