Dulce se parecía a Tatiana, la cantanta de niñas y niños. Tenía cabello rizado color castaño casi rojo. Se lo agarraba con un chongo. Y cuando llegábamos estaba feliz, su consultorio estaba en casa de su mamá y se le veía llena de ese amor. Además las diosas le dieron dos hijas que eran unas niñitas consentidas, una era una beba que aprendía a caminar y la otra una niña de diadema perfecta. Dulce era dichosa entre el amor de su madre, sus hermanas y sus hijas. La conocí a los 12, ella me puso brackets, me tocó ser su paciente experimento en sus clases de ortodoncia, mi sonrisa me recuerda a ella y al mismo tiempo a Estrella, mi madre, quien la buscó con tal de que su hijita tuviera una sonrisa para salir en televisión, pero como estaba aprendiendo, el precio era casi que simbólico, justo en las posibilidades de mi madre.
Ir a su consultorio era mi máxima diversión de los 13 años, caminaba bajo el sol iracundo entre terracería, llegaba a la zona pavimentada, recorría el parque ecológico con su único árbol de jacarandas y llegaba con ella. Dulce me platicaba cosas que yo no podía contestar con la boca abierta y babeante. En su sala de espera, estaba su foto de generación de universidad que fue una inspiración directa en mi camino, también con ella conocí los chismes de Luis Miguel y Talía en los años ochenta en sus revistas recortadas por las niñas.
Solía verla años después del tratamiento porque vivía cerca de casa de mi madre, la veía pasar y me daba un arrebato de emoción infantil como cuando ves a una maestra del kinder. No me gustaba verla como no me gusta muchas veces ver al vecindario de mi madre, porque encuentro en sus rostros caras más arrugadas, como si quisiera atesorar mis recuerdos infantiles y esa gente tan lejana me los quita, pero es verdad que el tiempo pasó y yo no estuve ahí, como el tiempo pasó en mí también.
Dulce falleció estos días, mi mamá llora mientras me avisa. Yo estoy en mi corazón, viajando a esos días en que me contaba cosas difíciles de responder mientras maniobraba con alambres en mi boca, la veo saludarme, arreglarse su bata de dentista, acomodarse sus rizos en sus pinzas que estaban de moda en el año 2000, acercarse a mí y contarme alguna travesura de sus hijitas que tanto ama. Dulce está contándome que acaba de comer con su mamá y que una de sus pequeñas le dijo que quería ver otra vez ese programa de televisión. Me dice que le gusta cómo está quedando su trabajo y que nos veremos el siguiente miércoles a las 4 de la tarde. Claro que sí. Buen viaje.