Sigo aún en el festejo de 9 años de Ímpetu, la organización que co-fundé. Cada año por estos días me replanteo muchas cosas, retomo energía de donde pueda, para mirar lo recorrido, sentir lo aprendido e imaginar nuevos rumbos. Me gusta mucho saber que mis palabras tienen eco -y no solo mías, de mis compañeras, de las amoras con las que construyo-, un eco negado por el patriarcado, pero que ocupé -ocupamos- quién sabe por qué. A veces mientras lavo los trastes o tiendo mi ropa pienso, ¿por qué me fui a creer que yo, una mujer de una familia de Tehuacán de recursos limitados, tenía derecho a hablar, a hacer, a elaborar complejos proyectos en los que nadie creía? Desconozco a la pequeña Luisa que se lo creyó, qué ilógica y alejada de la realidad. ¿Qué hizo que esa chava tuviera esa fuerza? Sin duda mi madre, que no sé por qué toda la vida me dijo que yo era diferente por ser su hija, que tenía la posibilidad de ser más cosas y de imaginar otras, lo decía tan en serio que le creí, pero no era verdad, solo lo decía para animarme, para convencerse de que su explotación me llevaría a otro lado, y sí fue así, con sus debidos aprendizajes y limitaciones también materiales. A veces veo a mis hermanas decir sus sueños y pienso, por qué estas muchachas creen que pueden hacer eso o aquello, por qué sueñan con cosas irreales si no hay dinero, si no hay nada alrededor que las sostenga más que sus sueños, y entonces me encuentro diciéndoles: “obviamente lo lograrás”, “tú siempre has podido con eso y más”, “es súper obvio que lo vas a lograr”. Y ocurre que andan haciendo rupturas históricas. Animen a sus hijas, hermanas, madres a apoyarse en sus sueños, que en estas regiones de Abya Yala es el piso que tenemos. Para desalentarnos ya está el maldito Patriarcado, qué necesidad.