En los años noventa, en Tehuacán, el lugar de donde soy, había una programación local radiofónica muy breve. El comercial del Súpermercado Alatriste, el único en esa época, decía algo como «Súpermercado Alatriste: le ofrece jitomate, huevo…y útiles escolares», años después llegó un Chedrahui y luego un Aurrerá, la gente íbamos al Chedrahui con mucha emoción, pasé largas horas ahí después de mi escuela secundaria, aún no sé qué hacíamos si es una tienda en realidad pequeña, decía la gente con mucho miedo que tenía cámaras de video como vigilancia y otra gente se aventuraba a decir que eran sus focos, que sus focos eran las cámaras de vigilancia ocultas, qué locura y conmoción. Recuerdo el comercial de un salón de fiestas, en una colonia llamada Bugambilias o Jacarandas, no sé bien. Y también el spot de un doctor, que decía algo como «el doctor fulanito, alergólogo y pediatra, lo espera en la plazuela del doctor Tapia». Fueron comerciales que se repitieron por años. A los 8 años, mi padre consiguió un espacio sabatino y yo iba a dar la hora: «Hola, son las 4 de la tarde», después hice cápsulas infantiles, debo tener una por ahí, se las compartiré en algún podcast. Pero había un comercial que tenía de fondo la canción de Ana Torroja, la de «Ya no te quiero», no sé qué anunciaban, pero usaban sus trompetas para anunciar algo, ¿qué habrá sido? Recuerdo comerciales de ferreterías, pollerías, papelerías, panaderías, funerarias, las cosas esenciales para vivir. En noviembre mi mamá decía que las hojaldras –así se llama el pan de muerto– y luego en enero, las roscas de reyes, de la Panadería La Paz eran riquísimas, pero carísimas, ella las había probado de niña y decía que no debíamos comprarlas porque nos íbamos a quedar sin dinero, cuánto estrés, comprar una rosca en esa panadería nos iba a dejar en la bancarrota, qué terrible enterarme de eso tan pequeña, pero qué divertido porque me imaginaba cosas fantásticas e irreales, mi mamá ahorraba cada centavo, recuerdo que en alguna reunión de esas que hacíamos con gente de la prepa, ya mayor, la comí y no me pareció nada riquísima ni nada fuera de todo entendimiento, pero por años había escuchado «La Panadería La Paz: le ofrece ricos panes, conchas de chocolate, vainilla… y sus famosas roscas rellenas de nuez». O la Papelería «El Paje», que contaba con una vitrina de dos metros de largo y dos de alto, donde mostraban toda su juguetería en venta, tenía un barandalito de hierro y la chamaquiza nos íbamos a recargar para mirar qué juguete pediríamos, luego vino el Chedrahui y el Aurrerá y yo crecí, no sé si la chamaquiza aún se recarga ahí, pero lo dudo. Junto al Paje había una farmacia y ahí enfrente, una máquina de helados, ¡la única de los noventa en Tehuacán!, se hacían filas para que nos dieran un combinado –vainilla con fresa– con un chorrito de chocolate derretido que se enfriaba al instante. Me gustó crecer en los noventa aunque fuera el ingreso del neoliberalismo. Bueno, no me gustó, pero era una niña, me enteraría décadas después de lo que pasó en esa infancia de crisis económica y comerciales que no se me olvidan por completo, los cuales fueron sustituidos por comerciales de la Ciudad de México, en su mayoría.
