En vísperas de mis veinticinco años, la casera me pidió abandonar el departamentito en el que vivía con mi hermano. Allí primero habíamos estado durmiendo de manera conjunta en una litera y luego con mi primer sueldo, pude tener mi propia habitación, después de que cada uno de los miles de hombres estudiantes foráneos se fuera de ahí. Decidí con un dolor profundo de la heterosexualidad, separarme de mi hermano cuando la casera nos pidió irnos. Él se fue a vivir cerca de la universidad. Y yo me fui a vivir al centro, apenas unas cuadras lejos de Bellas Artes. Eran días complicados económicamente. En la mudanza no pude pagar una camionetita, así que solo tomé mis libros, la ropa y vendí lo demás. Me aceptaron, porque hubo casting, en un departamentito de lesbianas, justo en ese periodo me alesbiané. No tiene mucha complejidad, para alesbianarme tuve que separarme de hombres, dejar de ser apropiada, recuperarme y por fin podía ser yo. Allá dormía en una habitación pegada al baño, la más diminuta e improvisada, tenía trabajos temporales mientras el proyecto más largo de mi vida por esos días apenas comenzaba, además hacía un par de años que mi familia me había dejado de apoyar. Pasaba mis noches en una vieja colchoneta y comía con 15 pesos al día, tacos de guisado de cerca del metro Salto del Agua, los más deliciosos que jamás volví a probar. Alguna vez mi amiga Aura me avisó que una mujer joven de la colonia Roma había anunciado en Twitter que regalaba su base de cama porque debía ya volver a Veracruz. El mundo de la gente foránea. Vamos, dijo ella. Vamos, contesté yo. Nos embarcamos en una larga aventura para cargar entre tres una base de cama de la colonia Roma a Salto del Agua. Era un domingo de bicis, la gente disfrutaba el día y nosotras sudábamos bajo el rayo del sol con pausas largas. Tenía ya la cama pero no un colchón. Pregunté en mis redes si alguiena tenía un colchón de sobra, mi amiga Montse me regaló uno que estaba en su casa. Así tuve mi primera cama. Los años pasaron y la base de la cama siguió conmigo, con diferentes colchones, ya regalados o comprados de segunda mano. No hace tanto, quizá un año, tuve, o más bien, pude por vez primera, comprar una cama y también un colchón, fue raro sentirla nueva, pero no me deshice de mi cama la vieja, es que siempre hay visitas en casa, pero los días van anunciando nuevas noticias y debía adaptarme, o más bien, transformarme, esa base era regalada y debía irse regalada, había cumplido su ciclo, se la llevó una mujer quizá de mi edad, o un par de años más joven, en su bici, amarrada como pudo, así como Aura y yo en aquellos años, pero ella con bici, de intercambio me entregó tres plantitas: té verde, una albahaca y una lavanda, más un par de cactus, me las dejó mientras no estaba porque ese día no las trajo y hoy me las acomodó en mi ventana. Me gusta que esa base de cama de madera, esa misma que obtuve ya seis años atrás, se haya convertido en tierra y verde.