Salita de cine

La salita de cine del capitalismo es una sala de cincuenta asientos, 40 asientos están ocupados por hombres blancos y acaudalados, 7 por mujeres blancas y adineradas. Quedan 3 lugares a disputa, 2 corresponden a hombres racializados que podrán ascender, la famosa historia del hombre que lavaba loza en un restaurante y llegó a ser empresario, el político que antes de serlo, boleaba zapatos. Y queda 1 para una de nosotras, uno para las que no son blancas, ni ricas, ni hombres. Solo hay un lugar; uno solito.
En una bolsa de trabajo no le darán lugar a todas, es una. En el examen de selección de la universidad, van lugares pocos. Todo el tiempo sabemos que solo una podrá conseguir el ticket de la salita del cine. La competencia entre mujeres, la envidia también, no son procesos internos de la misoginia a solas, es resultado del capitalismo patriarcal racista, de un sistema jerarquizado con lugares limitados, como en la película 2012, donde los multimillonarios se compran un ticket para ingresar al crucero de lujo que navegará mientras toda la gente muere en el fin del mundo, pareciera que entonces todo nuestro trabajo consiste en conseguir el ticket de entrada al cine; o quién sabe con qué suerte, al crucero, pero no vamos a entrar, ¿sí saben, no? ¿sí saben que no vamos a entrar?
Deberíamos volver a mirarnos entre nosotras para imaginar cómo se puede sobrevivir ignorando esa maldita sala de cine, o mejor aún, cómo se hace para prenderle fuego. Así cada una de nosotras vamos descubriendo nuestros poderes mágicos, el tuyo, el mío, el de ella, para entender un buen día que el sueño colectivo que siempre planeamos, como cuando éramos niñas y jugábamos a la aldea donde ibas con la señora costurera, ibas con la maestra, con la médica, etcétera, donde todas éramos juntas y separadas nos hacíamos falta, sí es posible y no una locura, o más bien, es posible y también es una locura.

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