Había una vez una ciudad donde las mujeres desde pequeñas eran enseñadas a cortarse el brazo, cada generación les cortaban el brazo por ahí de los diez años, lo veían como parte de su vida, les enseñaban, por ejemplo, a familiarizarse con la hacha o la sierra, aprendían cómo les harían el corte, les enseñaban a no gritar, sino a detenerse la lengua y los dientes con un trapo y finalmente un día ocurría, un hombre llegaría a cortarles el brazo, ese era su destino. Los hombres, por cierto, esos sí tenían derecho a conservar sus dos brazos. Algunas mujeres creían que se lo cortaban por «decisión propia», pero algunas otras comenzaron a dudar que era su decisión, se atrevieron a pensar que eso no se les había ocurrido a ellas sino a los cortadores de brazos –los hombres– quienes cortaban con mucho gozo.
¿Tú –que me lees– crees que las mujeres cortaban sus brazos por decisión propia?
Bueno, esa es la respuesta de cuando se pregunta si hay una heterosexualidad que sea «elegida» o «no normada».
