Hay que estar muy segura de quiénes somos para no subirnos al ring en la vida cotidiana. Recibo un mensaje con un tono pesado, ¿por qué me trata así esta señora?, bueno, respiro, quizá me expresé mal, reviso y nada, ¿por qué usa imperativos como si fuera su subalterna?, reviso y no hay nada que amerite ese trato, de hecho nada lo ameritaría, ¿por qué actúa así? ¿por qué me trata de esta forma?, podría ser que me está comunicando que para ella, yo merezco ese trato, podría ser, pero yo sé que no soy eso, así que lo dejo pasar, debe ser que está de malas, pero evidentemente esto no es mío, yo sé quién soy, sé que no hice nada que la agrediera ni de cerca, que he sido amable y respetuosa, sé que no es por mí que se comporta así, y lo dejo pasar, o sea, es suyo ese trato, es su problema, además por fortuna no hay ni de cerca una relación jerárquica de ella sobre mí, o sea, soy libre con respecto a ella. Pero en otros años, quizá de muy joven, me hubiera enganchado; quizá en tiempos de vulnerabilidad me hubiera enojado porque estaría poniendo en entredicho lo que soy, pero ahora respiro y pienso, qué feo debe ser comunicarte así o creer que la otra merece que la trates así, pero no es mi problema, porque sé quién soy y lo que hago, si hay algo que aclarar lo aclararé con gusto, que seguro fue un malentendido, pero también puede ser que no haya nada qué aclarar porque eso que flota ahí no es mío; ya estoy cantando una canción.