«Lárgate a estudiar que luego estás chillando de sacar 9, ¿o acaso quieres ser una esposa-ama-de-casa como yo?», no, mamá, no quiero sacar 9, quiero sacar todos los dieces del mundo, y no quiero ser una esposa-ama-de-casa. «¿Tú crees que yo quiero andar aquí limpiando la casa? a mí me hubiera gustado ser contadora, andar en una oficina… no la vayas a regar tú», sí, mamá, está bien, estudiaré todo lo que pueda para no ser una esposa de nadie. «¿A poco quieres aspirar a estar con un macho mexicano que te diga qué hacer y qué no?», no mamá, no quiero estar con ningún señor, «bueno, más te vale, porque aquí no haces nada más que estudiar, no te pongo a atender a tu papá y no hay razón para que no saques dieces», sí, mamá, está bien, debo sacar el mejor promedio. «Un día vas a estar viajando y haciendo lo que quieras, pero para eso debes estudiar y no ser la esposa de ningún macho», está bien, mamá, lo haré. Ese día que Estrella me dio su discurso, debí tener siete u ocho, mamá me había regañado por no estar haciendo la tarea y mientras ella limpiaba la casa diminuta rentada en que vivíamos, me dio el primer discurso feminista que escuché en mi vida, no le contesté nada de lo que digo aquí, solo lo pensé como la niña pequeñita que fui y sus palabras se me marcaron para siempre, mientras asentía llorosa por el regaño. Ella es mi base radical lesbofeminista directa, mis compañeras me acompañaron después.