Una quiere buscarle explicación a todo, pero luego no dice la más obvia porque implica una violencia no hablada, pero vivida, por ejemplo, el racismo, muchas «críticas» que se hacen a las lesbofeministas suelen ser ataques racistas de mujeres que parece que la lengua se les triza si nombran o reconocen a una mujer racializada, no hace falta mucho para notar que a ellas las rige el eurocentrismo de la razón ilustrada y que nada que no sea publicado en los territorios blancos, valdrá algo. Pasa con frecuencia en la vida cotidiana de las mujeres, muchas de las actitudes violentas que vierten sobre nosotras hemos querido explicarlas con muchos orígenes y no terminamos de explicarlas, por ejemplo, cierto rechazo a nuestras opiniones en clase escolar, no solo es misoginia, tiene su dejo de clasismo y racismo imbricado. No es que nuestra luna esté en aries, escorpio, géminis, etcétera, o no solamente, es que hay misoginia, racismo y clasismo operando todo el tiempo por igual contra nosotras o a nuestro favor (en el caso de raza y clase). Esto implica también revisar cuando una es la clasista, la misógina y la racista. Y también autocriticarnos cuando usamos tramposamente este análisis para justificar nuestra misoginia. Conocí a mujeres misóginas cuyas acciones buscaban herir a otra, pero se defendían argumentando que en realidad ellas vivían racismo, una cosa no está peleada con la otra. Hay de todo un poco, lo cierto es que ese análisis nos compete a todas, por ejemplo, mirar que sí son racistas quienes son racistas es un gran inicio, no escapar de la autocrítica es otra pista, alejarnos de quienes evitan este ejercicio de reflexionarse y sentirse de otras formas, es otra. Hay varias maneras de no perdernos en el camino, debe haberlas, tenemos que encontrarlas.
