En los últimos meses he tenido más acercamiento a hombres enfermos. Es común que las mujeres a mi alrededor nos veamos inmiscuidas en saberes sobre tipos de pañales para adultos, los duelos, las medicinas o los cuidados terminales. A veces me pregunto si es porque no tenemos hijos o hijas, que nuestro perfil es ya la de cuidadora directa, indirecta y obligada. Una mujer conocida que no tiene que ver con el feminismo, me llama llorando porque su hermano la agredió al intentar ver a su padre anciano, cruzo la calle, entro a su casa y el escenario común y normal de mis últimas semanas, un hombre adulto enfermo, ella acomodandolo, lo sacude, lo limpia, sigue llorando y me pide detener a su padre un segundo, otra vez sus cuerpos inertes, pesados y dolientes, ella se recupera de a poco mientras le da un poco de comida, está obligada a ver por el por el afecto impuesto, yo no, pero otra vez por ayudarlas, estoy cerca. ¿Es esto lo que las no-madres vivimos obligadamente en la heterosexualidad? No quería escribirlo aunque hace meses que lo siento, porque es probable que también las madres lo sepan y sea doble su trabajo. Yo lo veo cada vez más alrededor, las mujeres que admiro y amo, en un torbellino de cuidados del hombre enfermo, pilas de pañales nuevos, el mismo quejido y alarido del hombre chantajista, nosotras, las solteronas para el patriarcado.
