A Estrella no le gustaba la cena de nochebuena, es que es su cumpleaños y la gente quiere festejar a un señor. Durante mi infancia debíamos ir a casa de la familia de mi padre, con sus hermanas, mis tías, que traían un alboroto de comida y conflictos que la verdad no nos molestamos jamás en entender y mucho menos en participar.
En la infancia de mi madre no la habían festejado, el festejo era ir a misa y dormir temprano, ella dice que la primera vez que vio que la gente cenaba ese día ya era grande y fue en una visita a Toluca, pero que en su casa, allá en Puebla, con Amelia, mi abuela, no se acostumbraba a cenar ese día, supongo que no había dinero.
Cuando Estrella era joven, y ya era mi madre, me decía que íbamos a «casa de mis tías» porque eran mi familia, pero la veía triste el día de su cumpleaños con gente ajena y extraña a ella. Estrella decía que no estaba bien que nadie hablara de Leonor, mi abuela paterna, me explicaba que Leonor debió sufrir mucho porque lo único que recordaban de ella es que tallaba los pisos arrodillada; en cambio el abuelo era narrado como un dios y un galán, ahí presente.
Ese señor murió cuando yo tenía 8 y su leyenda se hizo aún más grande e insoportable cada navidad. Una noche como cada año, reunidas ahí, me rebelé ante una tía muy adorada, que entonces fungía como líder de esa familia, debí tener doce años. A Rosario la quería mucho aunque tuviera un humor pesadito, ella ya murió y hasta lo último que hablé con ella, recordaba lo que pasó esa noche por lo que ella consideraba que yo era su sobrina «favorita», lo que pasó es que me dijo algo con el fin de enojarme, ya ven que cierta gente adulta ama ver el enojo de las infantes por alguna perversión que creen es amor, pero yo aproveché y salí de la casa y le dije a mi familia que cuando acabaran, estaría ahí esperándolos.
Mi papá salió enfurecido con mi hermanito de la mano, con mi mamá apenada que cargaba en brazos a una beba que era mi hermanita mediana, tomamos un taxi en el pueblo y nos fuimos a casa antes de la cena de navidad. Me regañaron todo lo que quisieron, pero la otra Navidad fue nuestra, cocinamos en casa y mi mamá tuvo su primer cumpleaños a lado de la gente que la ama, nosotras; hay fotos y fotos de esa noche, carcajeándonos. Y desde entonces, cada cena es en casa, entre nosotras, claro, la cena no siempre ha sido feliz, porque hay conflictos, para ser franca, conflictos mensos que el tiempo ya sanó, y sobre todo, porque la muerte tiene sus ritmos y ya van varias muertes rumbo a final de año, pero estamos juntas.
Sigo sin entender por qué ese día se reúnen a comer, tengo 31 años de desfase social, me gustan los adornos de las casas ajenas, es verdad, sobretodo si tienen esas series de luz que estaban de moda en los noventa, pero para mí es el cumpleaños de mi madre y eso será así siempre. Ya merito nos toca cocinar galletas de dinosaurio y hacer ponche hiper dulce. 52 años no son para menos, ¿no?
Que la vida venidera sea enorme y placentera para Estrella.
¡Enorme y placentera!