Hay una mujer atormentada bajo la llovizna ácida buscando a su perrito extraviado hace quince días. Una mujer revolviendo recuerdos de su relación pasada para encontrar la ruta de escape, hurgando entre sus recuerdos mientras rehace su vida en otro país. Una mujer averiguando cómo lograr que su beba se agarre correctamente a su aureola y pezón para poder alimentarla. Una más que aguarda que la cita en el hospital sea favorable y no haya cirugía en puerta. Una mujer preocupada por su trámite migratorio en medio de la clásica misoginia burocrática. Una que intenta tomar un descanso en medio del mar de pendientes de su celular aullando. Están quienes suman horas frente a su computadora elaborando exceles y words para lograr juntar el sustento del día. Y las que libran tratamientos médicos pavorosos que les llevan las hormonas al cielo. A ninguna de esas lesbianas les da tiempo de vigilarte, son mis amigas, lesbofeministas, en ninguna de sus agendas aparece medirte, no eres su centro. Quizá te sentirías a gusto siéndolo, quizá es un anhelo desde chicas porque el mundo nos escupe y ansiamos una pizca de atención, quizá, pero no eres nuestro ombligo y no hay ofensa en eso. La vida es tan complicada y el capitalismo está apretando cada vez más que es un dolor innecesario ese que emana de ponerte a creer que hay quienes te pondrían como prioridad a tal punto de medirte o vigilarte, puntos más o menos del ranking imaginario de tu preferencia, por encima de su sustento, de su fecha de cirugía o de sus hijas creciendo.