A veces me pregunto si las mujeres blancas tienen en realidad el cobijo de los hombres de su clase-raza o es que aún no se han dado cuenta de dónde están. Me pasó hace algunos ayeres con una compañera que ante las narraciones de violencia cotidiana de todas las demás, ella aclaraba que sus familiares hombres eran feministas, los más educados y los más conscientes. Nos hacía ver que allá en la élite donde contratan a una mujer empobrecida para lavar los platos, las mujeres son más libres (las de su clase) y los hombres respetan más (los de su clase), porque ni una ni otro se pelean por lavar sus calzones cuando hay una mujer más que lo hace. Aún así, para ella no era posible hablar amorosamente de las mujeres (aunque fueran de su clase), como de los hombres (que eran casi como dioses). Eso sí, nos hizo saber que las adineradas de allá arriba son más libres con respecto a nosotras, con tufo de desprecio mientras escuchaba nuestras historias de abuso, violaciones y platos sucios. ¿Más libres? Será a costa de nosotras, pensé, pero no dije mucho, a las mujeres acaudaladas es difícil contradecirlas.
Ayer miraba uno de los últimos capítulos de The handmaids tail (El cuento de la criada), en una frase la protagonista estadounidense afirma mientras sigue pensando cómo escapar: «Necesito un aliado hombre poderoso». Le dije a la Furia que veía también la serie: ¿Y si las mujeres blancas sí cuentan con los hombres? No es que lo crea en verdad, pero que estén tan empecinadas en eso, debe significar un poco de verdad ¿no? Y ella contestó tranquilamente que el racismo les hace creer a ellas que son sus aliados, pero no son.
No hace mucho volvió a pasar, bueno, pasa todo el rato, alguna más nos dijo que ella podía apostar por los hombres, mientras nos hablaba implícitamente de los hombres de su clase, de allá arriba. Luego pensé que acá en Latinoamérica, donde no hay herencias ni solvencia económica, vamos, ni derechos sociales, nosotras sabemos que no contamos con el de arriba, el de abajo, el de a un lado, porque literalmente nos están descuartizando. O como decía alguna compañera que ahora no puedo saber quién fue o si todas lo dijeron al mismo tiempo, las blancas la tienen más difícil para entender dónde estamos las demás. A esto se suma una especie de «culpa de raza» cuando ellas están conscientes de la jerarquía que ostentan y entonces van por la vida «protegiendo» a hombres que consideran menos adinerados y racializados con respecto a ellas (que no mujeres), lo cual no cambia que ellos las siguen viendo como un objeto de decoración, ascenso o uso, por muy locales latinoamericanos que sean.
Entonces recuerdo tantas veces que alguna compañera nos dice que su novio, esposo, hijo, hermano, sobrino, etecé, es «escritor», «filósofo», «historiador», «músico», «ingeniero», «contador», «abogado», «rapero», haciendo gala de que al menos no está con un macho estereotípico y contándonos que él –a diferencia de ellos– sí puede entender, y vuelvo a reafirmar que solo es un espejismo la esperanza que tienen ellas en ellos, bien puede venir acompañada de clasismo o racismo, pero es la base de siempre: heterosexualidad obligatoria. La creencia de que ellos las miran como ellas a ellos, cuando para ellos solo son sus propiedades.