Una vez escuché de un hombre de la familia cuando supo que una mujer había sido violada de niña que «lo único que necesitaba ella era salir a coger con muchísimos hombres». La frase me heló aunque la esperara de un ser así de vil. ¿Haber sido abusada se cura con más abuso? Los hombres saben bien a bien cómo violentarnos, llevamos la marca de lo que nos han hecho y podrían seguir haciéndonos, a menos que nos la borre la lesbiandad. Me pregunto ahora si esa marca la miran otras mujeres patriarcalizadas, de alguna forma, desde su existencia de mujeres, no como los feminicidas, sino como mujeres. Quizá para decirnos gordas, inútiles, violentas o jugar con nuestro corazón. ¿La olerán de alguna manera? ¿O solo estamos andando sin dirección en la labor de lastimarnos desde la misoginia? No creo que todas sepan bien a bien adelantarse con alevosía, pero observo cómo se juntan las que han herido a mujeres –con sendas evidencias– para cubrirse las espaldas, se contonean en la misma dirección, saborean secretos de otras y disfrutan inventando cosas, se relamen en la labor de destruir a la otra, ¡qué más da si la historia es inverosímil! o si se ponen en evidencia contando largas mentiras que nadie pidió, como si eso les diera ¿fuerza? ¿pretexto? para no revisarse, para no afrontar sus errores, la violencia que vertieron, los golpes que aventaron. ¿Sabrán lo que hacen? ¿Aprendieron a olfatear los temores de otras? ¿Sienten que de alguna manera imitan a los opresores y eso les da satisfacción? O solo es que no han encontrado aún forma de autodestruirse, como ha enseñado el patriarcado a las mujeres, que agarrando a alguna de espejo, o saco de golpes, para vaciar lo que aún no saben qué hacer de sí mismas.