Yo más bien pienso que una no es de-las-mujeres sino hasta que es lesbiana, de alguna forma o de todas las formas. Hablo de ser mujeres como categoría de lucha, resistencia y creación, desde donde hemos existido en esta historia que nos negaron, pero que recuperamos a sorbos, aprendiendo la creación de la que somos protagonistas y que a veces no podemos ver, a pesar de todo lo que hacemos. Yo aprendí a amar a mi madre en la cuerpa de una amora que me enseñó que el amor lésbico podía ser expandido a todas las mujeres, aunque en ese tiempo no lo entendí; en el cuenco de los senos de aquella amora, recordé que el amor lésbico lo aprendí al nacer desde la leche materna, en el olor de la piel de Estrella, la forma de sus labios, acurrucada entre su ombligo porque de bebas todas aprendimos a ser lesbianas. Aprendí de romance en las cuerpas de mis hermanas que me enseñan con respeto y alegría, cómo el amor no es cliché televisivo sino aprender nuestras distancias y silencios, compartirnos desde quiénes somos en realidad, es decir: «esta soy yo, no lo que tú quieres que sea», así que ahora me repito, «esta soy yo, no lo que la demás gente quiere que sea», con todo y que sé que muchas cosas tampoco soy en realidad sino que me las sembró el patriarcado, pero voy aprendiendo a distinguirlo. Lo que no puedo distinguir es entre el erotismo lésbico de una charla de sobremesa y los arrumacos en cama, para mí todo eso es amor lésbico, del más profundo (y delicioso), la complicidad con mis amoras de una década, que sin decirlo explícitamente, sabemos respetar lo que la otra está viviendo, porque nos aceptamos como somos y no como queramos que la otra sea, aunque nos costó entenderlo o quizá a mí más. Para mí, volver a ser lesbiana es volver a la historia que es nuestra, es volver a amarnos en sus complejidades, es volver a acurrucarnos entre nuestros senos para no olvidar la historia de la que somos parte, la rebelión a la que pertenecemos. Vuélvete lesbiana, vuelve con las otras, con las amoras, con tus ancestras, a ti.
