La Purísima

Yo también, como millones, soy migrante, vengo de una ciudad pequeña donde la gente cuenta sus pesos para comprar con grandes esfuerzos un medio kilo de huevo, pero vivo ahora en una ciudad grande donde la gente puede pagar un concierto o es ese un círculo más o menos cercano a mí. Hay una canción que me gusta. De unos machirrines. No sé si la conozcan, se llama «La Perla», dice «…que yo tengo de to’, no me falta na’, tengo la noche que sirve de sábana…», que trata de la vida barrial desde la versión de hombres, todo mundo sufre por igual, insisten, en la pobreza, hombres y mujeres, pero el tipo que canta pide platos de comida a las mujeres, ven que así nacimos, con platos de comida incrustados y no es chamba. Esa canción me gusta. Aún así. Lo estoy confesando. Pienso en la colonia donde crecí. Y recién que estuve ahí puedo ver gente con rostros, hombres y mujeres, trabajando de sol a sol, reuniendo pesitos para pagar inscripciones de escuela y litros de leche. Mi mirada es falsa, ajena y colonial. Bien sé que no es igual. Los hombres dominan a las mujeres. Y también sé que hombres y mujeres no están bailando «La Perla», las mujeres están siendo asesinadas por hombres, violadas y traficadas. De mi madre con sus jornadas violentas. De mi cuñada atrapada. De las vecinas atadas a cocinas y lavaderos. De los moretones que ocultan las mujeres con mechones de cabello.
Ya sé qué les pasó a las decoloniales que antes fueron lesbianas. Tienen un duelo no bien manejado. Mientras estaban en la comunidad fueron antihombres, pero migraron y siempre hubo más hombres más ricos y poderosos que el que juntaba para el litro de leche se volvió inofensivo en la balanza. Pero es una mirada falsa, ajena y colonial. Mientras estabas en la comunidad sabías que eran los violentadores de las mujeres. Pero ahora que estás fuera, cantamos La Perla porque aún el desamparo es terreno heterosexual. A ratos tengo mis momentos heterosexuales. Y eso pasa, que puedo sentir que lo que pasó a las que dejaron su política lesbiana fue un duelo no bien manejado, por estar lejos, por perder pisadas en aquellos lugares, por culpa de no pertenecer aunque una siempre sea de allá. Y por supuesto, misoginia.

Deja una respuesta