Hombre excepción

La heterosexualidad se sostiene en la idea del «hombre excepción», así, cada mujer considera que está con el «excepción» (marido, novio, amigo, padre, abuelo, tío, hermano o hijo) y puede soportar largas jornadas de explotación que ejerza ese hombre sobre el cuerpo de ella. Por supuesto, esto no es una idea voluntaria, es una idea que nos fue impuesta a cada mujer desde pequeñas sin posibilidad de elección, es decir, se nos forzó a creer que estaríamos con el «excepción» y de esta forma se aseguró que nuestra sabiduría –que nos hace reconocer que los hombres son violentos– no alcanzaría para identificar a quienes se sirven directamente de nosotras: los hombres que nos rodean.
Cada mujer sospecha que efectivamente no está con «la excepción» sino con uno más de ellos, un hombre común, violento y predecible que parasita a toda mujer. Y después de esa sospecha, a toda mujer nos queda un obstáculo qué vencer y es la vergüenza de aceptar que quién creímos «excepción» era cualquier hombre en el patriarcado. No debería presentarse tal vergüenza porque toda mujer fue coercionada para creer en ellos, pero se siente así en cada una, a algo que una hizo «por tonta» o por «dejada», y no es así, ellos son los violentos.
Cuando toda mujer por fin admite no estar con un hombre «excepción», no siempre es resultado de un trabajo reflexivo para la liberación, por ejemplo, escuchamos a mujeres que después de una relación con un hombre pueden enunciar sus violencias, pero aún imaginan que uno nuevo –a quien en un futuro conocerán– no lo será, van buscando a su «excepción» como eje de su existencia, en otras palabras, la experiencia de vida que les brinda pruebas sobre quiénes son los hombres es confrontada por la ideología patriarcal llamada heterosexualidad que las anima a «encontrar» a uno «excepción» y es esta última la que gana, la ideología heterosexuasl, ¡qué engaño tan doloroso!
Habrá otras mujeres, muchas en realidad, que poco a poco comienzan a reconocer que todo hombre es violento y parásito. Por ejemplo, yo lo escuchaba de las adultas mayores, pero en mi podrida y (muy) pasada heterosexualidad, creía que ellas hablaban por «cómo les había ido en la feria» y no además por una verdad histórica. Es que una misma, en su (también) podrida misoginia, suele pensar que aquellas que nos advierten son mujeres malvadas con amargura y no lo que son, mujeres sabias que lanzan mensajes a modo de recordatorios. Pero un día una tiene que escucharse a sí misma y logra comprender la sabiduría de las que nos antecedieron, la sabiduría de aquella mujer adulta que de jóvenes nos dijo: «los hombres solo se quieren aprovechar de las mujeres» y por fin una comprende que tenía razón. Esa mujer mensajera había sido tan certera, tan sabia, tan potente y así una puede empezar a atesorar mensajes aunque sea a destiempo. No obstante, no todas corren con esa suerte, hay casos aún más graves.
Existen mujeres que no solo se enfrentan a vencer la vergüenza impuesta sino que cuando descubren que no están con el famoso hombre «excepción» deciden iniciar una campaña para presumir a ese hombre (marido, novio, amigo, padre, abuelo, tío, hermano o hijo) como tratando de convencernos a nosotras, pero más bien a ellas, que están con el excepción cuando ya han descubierto que no lo están.
A ellas, la vergüenza les pesa mucho, o quizá es el dolor, son defensoras de hombres con tal de que la verdad que sospechan –ese hombre es cualquier hombre– no las inunde en el corazón hasta hacerlas florecer lejos de él. Así, cada tanto leemos, escuchamos o miramos a mujeres presumiendo a algún hombre, pero más que mirar a una mujer que cree en ellos, que seguro las habrá, la mayoría de las veces estamos viendo a alguien que ya sospecha quiénes son, pero aún no está dispuesta, porque no puede, porque no quiere, a conocer sus propias alas lejos de él, tiene miedo, está cooptada, siente que vive ventajas a su lado, no sabemos el nudo de argumentos y violencias que la atan, pero está ahí.
Ella nos cuenta que su marido, padre, hermano o hijo son «increíbles hombres excepción», ahí nosotras tendremos que aprender a desentrañar el significado de sus palabras: son súplicas de autoconvencimiento, muy lejos de ser verdad. A mí no me convenzas, convéncete tú porque si estuvieras tan convencida no vivirías en una campaña de promoción de hombres ni tampoco te sentirías señalada si alguna reconoce en su propia vida la violencia de los hombres, por eso vienes a decirnos que «no todos» porque sabes que sí lo son, por eso te dedicas a promocionarlos, para convencerte repitiendo una mentira.
Lo cierto es que también siento esperanza porque la mujer que tiene que hacer promoción de un hombre sabe bien que no está con un hombre «excepción», y es cuestión de tiempo el derrumbe de ellos, porque aunque el castillo y su príncipe no existen, aún así se derrumban.

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