Hay un fenómeno muy extraño que se repite en las falsas feministas radicales, permítanme llamarlas falsas porque aquí quiero contar de ese fenómeno muy extraño.
Por un lado, pueden darse cuenta de que los hombres autopercibidos o autoidentificados como quieran, siguen siendo hombres en todos los sentidos (políticamente, económicamente, culturalmente, históricamente y biológicamente) y eso es un gran acierto de posicionamiento político. Pueden saber que un hombre sigue siendo hombre en la sociedad patriarcal por muchos atuendos y operaciones que tenga, lo que significa que ese hombre sigue favoreciéndose de la explotación de las mujeres, y por tanto, es nuestro enemigo. Bravo y bravísimo.
Otro de los aciertos políticos de esas feministas es que muchas son abolicionistas, pueden identificar, denunciar y alzar la voz contra la prostitución y el mal llamado «trabajo sexual», que no es más que esclavitud sexual de mujeres a favor de hombres. No hay mucho qué decir, esto es de una contundencia política que no merece más que aplausos. Bravo otra vez.
Pero aquí viene lo que las hace falsas radicales, esas feministas pueden amar a los hombres, amarlos en serio, se han creído que «nacieron orientadas» a ellos, y entonces creen de sí mismas haber «nacido heterosexuales», o bisexuales, que para el caso es lo mismo. Son creyentes aún en la trampa de la «igualdad» y trabajan para ello cual dogma, sea lo que ellas entiendan por eso; y quizá lo más extraño es que aún creen en el Estado, el mismo Estado que denuncian como proxeneta, por lo que piden nuevas leyes o hasta quieren hacer nuevos partidos políticos con la convicción, creencia y lealtad en que así se resolverá la violencia contra las mujeres. ¿Quieren negociar en el terreno del proxeneta, bajo las reglas del proxeneta, para decretar papeles a favor de nosotras? ¿En serio es la solución?
Yo no entiendo ese fenómeno, me deshace en entendimiento, no comprendo cómo alguna mujer con claridad puede seguir atada a ellos y no encontrar contradicción. Cómo puede darse cuenta que un hombre con vestido no es más que un hombre cualquiera, cómo puede darse cuenta de cómo operan las redes de trata en todos los niveles, con complicidad de todos y absolutamente todos los hombres, pero al mismo tiempo esperar a uno que sea su compañero y aliado, incluso su presidente o su líder, su «marido» sobre todo, su «buen amigo», ellas esperan al «diferente», al «excepción». ¿Se nota cómo no hay radicalidad si se sigue siendo heterosexual?
Ese fenómeno «muy extraño» que les contaba al inicio es bien estudiado desde hace décadas por las feministas radicales, las de a de veras, se llama heterosexualidad obligatoria, y como decía Adriana Rich, es un muro político para la liberación de las mujeres.
La mayoría de esas falsas radicales coronan su falsa radicalidad por la forma como se expresan de las lesbianas o de la propia lesbiandad: «¿Acaso estás fiscalizando con quién me acuesto?, ¿eso qué tiene que ver con mi feminismo?», como si lo personal no fuera político, como si la lesbiandad fuera sexo (solamente) y no colectividad y liberación de las mujeres. Otras más arremeten con el famoso: «Pero las lesbianas son muy violentas», sí, hay mujeres violentas, algunas madres contra hijas, algunas hijas contra sus madres, algunas compañeras de trabajo contra compañeras de trabajo, algunas vecinas contra vecinas, es la misma lógica de violencia que hay en algunas lesbianas, no hay «más violencia» en las lesbianas, y si con las otras mujeres no ves problema y quieres marchar todas juntas, el problema no son las lesbianas, es tu heterosexualidad aferrada, a piel abierta mostrando la misoginia aprendida. Y no, ninguna de nosotras está saliendo a la calle preocupada porque un grupo de lesbianas vaya a violarnos y matarnos.