Enseñar a comer naranjas

Mi madre se jambaba las naranjas como si fueran las últimas de todo Tehuacán, cortaba una en dos y las despedazaba entre sus dientes, aún come como si pudiera sacar todo el jugo en dos zarpazos. Cierra los ojos de placer y con su boca hace cuencas imposibles, termina toda batida, extasiada de placer. Yo me como la mitad de una y se me atora el jugo en la garganta mientras pienso en ella, a kilómetros de distancia. ¿Podré enseñar también a comer naranjas? ¿Cómo es que nos enseñó tan fácil a todas la alegría constante por vivir en un mundo donde no estaba destinado que fuéramos felices? Ay, Estrella, cuánta suerte conocerte a ti, entre tus dientes, entre naranjas, bajo cielos azules.

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