Tengo miedo de un día volcar como responsables de mi dolor, cualquiera que este sea, a mujeres desconocidas cercanas a mi tierra que parecen más libres que yo, en redes, en la vida. De despertar un día convencida de que ellas son mis enemigas, tan lejanas y tan desentrañables, enemistarme con mujeres imaginarias, volcarles mi dolor, acusarlas de no quererme, de no amarme, de no estar conmigo, en este suplicio llamado ser mujer en el patriarcado. Tengo miedo de caer en un abismo sencillo de explicar: «El patriarcado son ellas». Tengo miedo porque lo he vivido, porque las mujeres cercanas y lejanas a veces lo han sentido con otras, y a veces conmigo, como si volcando ese dolor contra otra mujer en un comentario o una indirecta, pudieran hacerse justicia, pero no soy yo el patriarcado, ni yo te llevé allí, son ellos, tu compañero el de lado, tu padre, tu amigo, todos los hombres. Es tanto el dolor y están tan arriba los opresores que aprietan tan fuerte en un sufrimiento confuso porque no los puedes ver, por eso vuelcas las causas de tu opresión en la otra: una desconocida, una desconocida que no te quiere y debería quererte, escucharte, contenerte, validarte y apoyarte porque de alguna forma creíste (creímos) que es su obligación. Tengo miedo de que un día, esta inmunidad que siento de no llegar ahí, no sea tan cierta y termine convencida de que la otra, una desconocida ajena y desentrañable, cercana a mis pasos, a mi tierra, a mis manos, tiene la culpa de mi opresión.