La maestra se contonea como un pavorreal, me atrapa, no me convence, admiro cómo degusta cada una de sus palabras como un platillo delicioso, un juego que solo ella conoce, barajea conceptos y nos lo avienta, guarda una moneda bajo tres vasos y nos pide adivinar dónde está.
Yo que soy una obsesiva de las ideas, anoto en mis apuntes: La teoría posmoderna desmanteló la capacidad de hacer crítica, desvaneció movimientos en el concepto de «identidades» y se empeñó en hacernos creer que el cambio era «juntos», como buena extensión de la heterosexualidad.
La analizo como si se tratara de una habitanta de un planeta que no quiero conocer. Ella cree eso de mí. No puedo dejar de mirar cómo monta este choú donde ella se pone a comer sus conceptos y nos hace mirarla, me parece invasiva, orgullosa, me recuerda a otras mujeres que he conocido, quizá a mí misma, seguimos mirándola y yo mirándolas mirarla, la escena es fascinante.
De pronto, un hombre señala que la maestra es petulante, «que no le entiende», «que da mal las indicaciones», alguna que otra sale en su defensa, lo haría, pero no hablo con esos sujetos, había olvidado lo que era tener uno de ellos alrededor, lo ignoro, bloqueo mentalmente y sigo anotando que la academia no tiene nada qué decir mientras un pavorreal dispara su resplandor, un pavorreal posmoderno que nos dicta que el binarismo es incorrecto, que no se trata de tomar posturas, que todo es sobre enlazar un «juntos».
Finalmente emito un dictamen: Esto es patriarcal y cierro mi libreta.