Del lugar de donde soy

Soy de una ciudad muy pequeña. Aunque no me había dado cuenta qué tan pequeña es hasta estos días. Por las mañanas pasan las combis llenas de personas rumbo a la escuela y los trabajos, pero son pocas, muy pocas. Debe haber más combis en cualquier paradero en la Ciudad de México rumbo al Estado de México que en todo este lugar. Pasan aún burros. Y los tamales son pequeños. Hace no más de cinco años pusieron adoquín y quitaron un pino al que toda la colonia amábamos. Las señoras por la mañana alimentan inmensa cantidad de hijos e hijas con frijoles y huevo. Por la tarde las maquiladoras se desocupan y avanzan las mujeres al atardecer rumbo a sus casas. Crecí aquí, nací aquí, me fui temprano, pero no me había dado cuenta de qué tan pequeño es. Casi siempre que volvía era porque mamá cuidaba a alguien en el hospital y yo me acomodaba a sustituirla de alguna manera. Hoy ella está aquí y sigo sus reglas en esta temporada, el enfriador de refrescos se prende a las 10: 30 de la mañana, la bolsa en que se da el huevo y el azúcar es distinta, hay una libreta arrugada donde se anotan las cuentas que deben las vecinas, 50 pesos por la semana, no alcanza para más. Debe ser por mi madre que me parece tan inmensa, que la ciudad me parece cada vez más pequeña. Ella me dijo un día cuando me fui que cada vez que volviera me parecería aún más chico este lugar, tenía razón, es pequeño, diminuto, con sus gallos por la mañana y los burros que aún pasan de vez en cuando. Las calles incluso se achicaron, como que algo ocurrió y borraron largos tramos, también el sol es más quemante de lo que recuerdo, más seco y la lluvia es más devastadora. Cuando hace viento mi mamá comienza a enloquecer, me dice que si he dicho algo, que si acabo de decir otra cosa, me he dado cuenta que son las palabras que vienen de otras casas, porque las puedo escuchar también, una vez escuché en una película que la gente enloquece con el viento, creo que se referían a esto, el viento trae conversaciones enteras de las casas vecinas. También he visto las puertas de mi casa abrirse sin que nadie esté y veo pasar a una señora idéntica a mi mamá adentro cuando ella se ha ido. No me asusta, creo que son mis recuerdos desatados, que mi mente completa espacios, aunque dijo Furia, hace tiempo, que es una cosa en donde las mujeres tienen la capacidad de desdoblarse por todo un espacio, corriendo de aquí a allá aún sin estar. Camila también le dijo un día a mi mamá que cuando muera por favor no venga a espantarnos. Ella se carcajeó: «No mijitas, yo estaré feliz descansando, ahí se ven». Mi mamá, dice el sobrino con sus ojitos como de perro tierno, es como un gusano feliz que baila en la tele, todo el tiempo está riendo; yo pienso que tiene razón, ella es la gusana feliz del juego, enorme, verde, con una gigantesca sonrisa, que va creciendo en la pantalla, moviéndose de aquí para allá. Ella es tan inmensa, tan inmensa.

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