No todas las corrientes feministas parten de las mismas nociones, incluso las que se podrían clasificar como radicales. Hay quienes consideran que en el principio de los tiempos, había hombres y mujeres en correspondencia, en una cueva, donde quien sabe cómo ya se reconocían hombres y mujeres mutuamente dos, quizá por un «instinto» irremediable. Hay quienes estudiamos que aquello es un mito patriarcal y lo que había (al menos en la mayoría de los territorios) eran sociedades exclusivas de mujeres, donde en todo caso, ellas los veían como otros seres y no su correspondencia, después de esto sobrevino un continuo de guerras feminicidas (cuyo origen, sobra decir, es social, y por tanto, con fecha de término). Hay quienes al estar centradas en Europa no alcanzan a mirar que la opresión es más allá de sexo y se agrava con raza y clase; hay quienes no tenemos otra forma de existir porque nuestras plantas de los pies habitan el sur, donde no queda duda que las mujeres sostenemos al mundo. Hay quienes consideran que es un error luchar porque quedamos atrapadas en la dialéctica del oprimido; hay quienes ya hemos averiguado hace miles de años que cuando las mujeres nos reunimos a ser felices, el feminicida se acerca, no es opcional luchar y tampoco es cierto que luchar no sea crear. Hay quienes consideran que todo cambiaría con una nueva enunciación del fin, de un decreto, de un nuevo algo; hay quienes sabemos que esto no es un capricho lingüístico, esto se trata de volver sobre la huella de nuestras ancestras para aprender a hacer lo que ellas ya sabían hacer…con otro tanto que nos toca inventar.