Por la pandemia mi madre ya no pudo seguir vendiendo sus taquitos por las noches. Le costó asumirlo, pensamos en mil estrategias para que continuara, pero R, mi hermana política, fue la más sensata: El riesgo es altísimo en este lugar. Mi madre acató solo para que R no se preocupara, y con los días, las cifras de decesos en la zona comenzaron a crecer confirmando el riesgo, así que la situación la obligó a cambiar. A mí también, a kilómetros de distancia y en mi contexto, y también me costó mucho asumirlo, aún me está costando como a todas. Hace dos días mi madre me habló de veinticinco nuevos planes que tiene mientras me convencía de soltar lo mío, lo ya insostenible. Está bien, lo voy a pensar, le dije cuando aún no quería soltar la realidad antigua, pero empecé a hacerlo paso a pasito con ayuda de mis amigas, ya ni modo, ya cambió esto, cuando lo pude hacer se me empezaron a ocurrir planes, es que como ahora ya no está esto, podemos hacer esto, como ahora ya no está esto, podríamos conseguir esto después, acompañaron las amoras, entre risas como quien dibuja en el cielo hechos que ocurrirán. ¿No es tenebroso y maravilloso? ¿Tener que adaptarse al sistema, al mismo tiempo que no perdemos la capacidad de soñar? Yo lo aprendo de todas mientras renuncio a algunas de mis ideas que ya no pueden germinar en la incertidumbre y observo de las amoras con las que convivo, cómo se hace para imaginar sobre una tierra que nos cambian según los tiempos e intereses de los hombres poderosos, con tal de seguir vivas.
