Amoras de nuestras vidas

Mi hija es chiquita, de tres meses enteros, está en esa etapa en que me mira como si yo fuese su gran amor. Apenas la voy sacando del fular en medio de una reunión con mis amigas, luego de su siesta, ella se queda prendida de mí, admirándome, todas suspiran. Qué bonita etapa, dice mi madre, ya luego se les quita y te dicen cosas. «Ay, mamá, nosotras seguimos sintiendo eso», dice mi hermana. Y yo debo abonar para el gusto del público: «En internet piensan que estoy enamorada de ti». Mi hija sabe que soy su madre y me contempla dándose sentido. Ella es mi hija y existe. Yo soy su madre, el mundo, también me doy sentido y me embobo por su presencia, pero nadie parece notarlo. Supongo que aquí empieza todo, pasarán muchos años antes de que descubra que estar enamorada de cualquier mujer, será, a su forma, volver a estar en el fular, mirando a mamá. Decía una amiga que es muy fácil cuestionarse la heterosexualidad, lo que no es fácil es cuestionarse la misma idea de amor, totalmente lésbico, que aprendimos de la mujer que nos crió, a manos llenas. Quizá por eso muchas van huyendo de su propia lesbiandad, es una exigencia enorme recrear esta amora que lo fundó todo.

Deja una respuesta