Cuando era niña escuchaba en secreto las conversaciones de la gente adulta. Mi papá hacía reuniones bohemias con sus amigas y amigos, tocaban la guitarra, cantaban, se hacían bromas. Y me decían que durmiera. Mi mamá odiaba estar ahí, muchas veces insinuó que se aburría y que era gente déspota porque se sentían «intelectuales», así que solía meterse a dormir temprano. Pero yo no me dormía, escuchaba todo en el cuarto de junto, eran conversaciones similares a mi escuela primaria. Que si les gustaba un alguien. Que si andaban con otra alguien. Yo solía pensar que si les escuchaba en secreto no iba a poder entender nada de lo que hablaran por su enorme inteligencia de gente adulta, pero me decepcionaban siempre. Casi toda la gente de esa generación, se quedó con su primera relación de la preparatoria, es decir, se casaron, se divorciaron, regresaron con su primera pareja de la preparatoria en una telenovela de violencia pura de hombres sobre mujeres con música trova de fondo. Cuando yo de niña escuchaba esas conversaciones, en los tiempos en que no se divorciaban, solía pensar que la gente adulta no hablaba nada inteligente. Ahora escucho un programa donde entrevistan una pareja heterosexual de pasados sus cuarentas, siento que escucho a una pareja de la secundaria y me vuelve esa sensación infantil de estar escuchando en el cuarto de junto. Diría mi mamá que esa gente no madura, que la vida es más. Yo creo que Estrella es muy sabia, en la heterosexualidad todo está ahogado, la vida sí es más. De pronto pasa en mi Twitter un poema de una mujer heterosexual en sus cincuentas hablando de amor, otra vez, la sensación de estar escuchando en el cuarto de a lado, las conversaciones de gente adulta que solo me decepcionan, nada más que ahora entiendo cómo opera la telaraña contra las mujeres. Qué bueno que hace tiempo pude entender, como pude, que la heterosexualidad era un espiral que volvía una y otra vez a la escuela secundaria.