Dar talleres me ha enseñado muchas cosas. Una de esas cosas es que casi siempre tenemos una motivación emocional para hacer un taller que es oculta incluso para nosotras. Esas motivaciones van desde el deseo de tener amigas hasta el complejo de sentirse salvadora, también hay quienes hacen talleres en competencia con otras y otras más quienes cubren sus espaldas de violencias que ejercieron. Hay de todo. Yo acompaño de cerca el trabajo que hacen otras, van desde talleres para mujeres profesionistas en ministerios públicos hasta talleres sobre endometriosis desde la vivencia de las mujeres. Van desde talleres para mujeres que hacen patinaje hasta mujeres panaderas. Son muy buenos, cada taller según su contexto y cada temario según lo que la tallerista sabe y vive, es que no se puede dar un taller de algo que no has vivido y desconoces, ni que fuera esto la academia. Pero llega un punto en que hay que averiguar por qué lo hacen. Es la última sesión. Si tú acomodas el objetivo de hacer amigas en un taller, te vas a decepcionar porque las amigas no se fabrican, es esta sensación de «algo me está saliendo mal en el taller y no quiero volver»; si tú acomodas el objetivo en el taller de sanar las relaciones con otras mujeres, te vas a decepcionar porque ellas no están ahí para eso ni lo ven como necesidad, mejor rastrea en tu historia cuál es esa relación que quieres sanar y deja de postergarlo. Casi ningún objetivo emocional oculto lo puede resolver un taller, por eso hay que quitarlo de ahí. Ahora creo que en general así es la vida, cuando una decide compartir algo, hay una motivación emocional oculta, digo «oculta» porque no es obvia incluso para una misma. Cuando una decide ir a un evento, también. Cuando una inicia una relación, también. Y esas motivaciones, como pasa en los talleres, no se pueden resolver en el espacio que tú quieras, sino en el espacio adecuado. Yo no podré sanar mi relación con mi madre en la relación con una otra que no es mi madre. Ni podré sanar mi pasado en una otra que no tiene nada qué ver. Una tiene que acomodar las cosas en la bandeja correcta, eso es lo divertido, primero identificar la bandeja correcta, luego husmear en esos papeles y después atreverse a entender lo que ahí hay adentro. Una no puede exigir, como dice el refrán popular, peras a los olmos.
