No sé por qué fui tan apresurada. De niña quería ser jóvena. De jóvena ya quería ser adulta. Sé que a muchas nos pasa así, pero no a todas, no sé aún si es por querer estar un paso adelante del mundo o por querer sobrevivir porque nos costaba más, ya que no crean que yo era segura como una capitana de barco sino tímida como para esconderme detrás de mi mamá, quizá por eso me forcé a irme. Esto tuvo sus ventajas como abandonar a los 17 la casa de mi madre y apresurarme a equilibrar mi propia independencia económica lo antes que pude. Pero tuvo otras consecuencias muy poco acertadas como endiosar el mundo de los hombres que era el mundo al que quería entrar a toda costa: “el éxito” laboral, académico, económico, social. A los veintipocos mi círculo más cercano eran hombres entre sus treinta y cuarenta. Fui de su colección de veinteañeras que usaban a destajo. Ahí aprendí muchas cosas como que tienen un pico de crecimiento que se detiene a los dieciséis años, que no son capaces de pensar por sí solos y que roban todo de las mujeres alrededor: la vida, su cuerpo, su tiempo. Esos días en que mis pasos eran atados a hombres con esposas y novias mayores, como de mi edad ahora, supe que quería estar cerca de ellas. Quiero ser como ellas, decía a mi novio de veintitrés. Quiero esa seguridad, quiero esa independencia como para hacer lo que quieran y llegar noche. Como para salir con sus amigas, tener secretos que ellos no saben. Quiero ser ellas que ya no les importa si su novio salió con sus amigos o si está con otras. Claro, estaba en los círculos de la poligamia y eso las ataba también, pero quizá, solo quizá, no tanto como a mí entonces, por eso las idealizaba, las veía más libres y más potentes y lo eran, al menos no eran una muchachita migrante en una gran ciudad con incertidumbre laboral como fui. Una de esas novias de esos amigos me regaló incluso en el pase de estafeta, porque era yo quien debía escuchar a su novio ahora, una funda para laptop, un impermeable y me dijo que podía dormir en casa de ella y él sin problema. Quiero ser como Olivia. ¿Cómo es? ¿Qué le gusta hacer? Él, un hombre de treinta y siete, me contaba lo que hacía su novia, como un día viajó a tal lugar y que hacía en el trabajo donde estaba. Me gusta cómo se visten y como no tienen interés en emborracharse. Me gusta que sean tranquilas y que lo sepan todo. Me gusta esa soltura al andar y la forma que tienen sus cuerpos, más fuertes, menos en crecimiento. Yo, como saben, me salí de ahí en el punto más álgido de violencia y escapé sin saber que escapaba. De ellas no supe más. Espero que todas hayan dejado de relacionarse con hombres. Que Olivia haya escrito sus libros que no podía escribir porque le pagaba la vida entera a su novio. Que Ana haya abandonado esa vida en un país blanco que la tenía fumigada y que no podía abandonar porque el padre de su hija vivía ahí. Y que Joana por fin descubriera que curarle las crisis de suicidio al imbécil aquel, la mantenía exprimida y sin poder hacer ese viaje que tanto quería. Yo creo que lo lograron, que lograron salir y convertirse en otra versión, como a mí me pasó. Ojalá pudiera regresar el tiempo para en lugar de haberme llevado con ellos, haber estado cerca de ellas que fueron las que siempre me interesaron, quería aprender tanto de ellas, pero no pude hacerlo. Ojalá esa sensación que tengo al caminar estos días por la ciudad, de haberme convertido en una versión lésbica de ellas, sin ningún tipo alrededor y gracias al ejemplo que les aprendí a la distancia, no desaparezca nunca porque se siente bien, se siente bien haberme convertido en una parte de ellas, me siento un poco como ellas cuando las idealizaba, con sus cuerpos, sus secretos, su libertad que a mis veinte yo no entendía, esa versión que anda a mitad del día con ropa cómoda, haciendo lo que una quiere, mientras la vida se acomoda entre mujeres.