Yo tardé muchos años en titularme de la licenciatura y en algún momento asumí que no ocurriría. Me había puesto a trabajar recién egresada, y entre el vaivén de los días, los gastos diarios, una carga emocional profunda, simplemente creí que eso era “el mundo de los bellos”, como dijera Betty, ajeno a mis posibilidades. No pienso que tal creencia me ayudara, pero sí me resguardó en lo que voy a contar.
En mi círculo, a pesar de mi renuencia a la academia, he estado vinculada a mucha gente de ese hábitat, no es tan difícil de comprender por aquel mal vicio de la lectura que tengo. Vanessa, nombre ficticio, era una de esas amigas, recuerdo que una tarde de fin de semana, mirando redes sociales, dimos con la foto de Pilar, nombre ficticio también, una desconocida para ambas, pero conocida en estos mundos feministas, quien por cierto, muchos años después sería mi amiga. Pilar estaba posando sonriente, en su muro, con su título de maestría impecable, y al fondo, alguna explanada de su universidad.
Vanessa se molestó porque Pilar había conseguido su título a punto de maldecir al aire. Y yo no entendía por qué se molestaba si Pilar además de tener más años que nosotras, no nos quitaba nada al egresar de un posgrado, pero acompañé en silencio el dolor de Vanessa, quien por esos días estaba concursando en varias convocatorias de maestría. Quizá, imaginaba, Pilar le había hecho algo más allá de posar en una foto, pero luego supe que no, apenas habían cruzado palabras en un evento de poesía años atrás.
A los meses, Vanessa logró entrar en su posgrado, y ahora fue Sara, nombre ficticio también, quien se molestó. Sara era nuestra amiga y recuerdo verla enervarse cuando salieron los resultados que daban a Vanessa un lugar en tal universidad. No entendía su molestia porque Sara, al igual que yo, tampoco estaba titulada, recuerdo que ácida y aguda, hizo llorar a Vanessa acusándola de privilegiada. Tanta fue su saña que nos tuvimos que retirar del lugar porque Sara se volvió punzocortante en cada palabra, era como si obtuviera paz recargando en otra sus fracasos personales. Yo para entonces creía, reflejándome en Sara, que quizá la academia no era un mundo ajeno a todas mis posibilidades, si bien era cierto que Vanessa no debía trabajar y podía dedicarse a escribir todo el año, ella no era la causante de nuestra pena, ni de nuestra ¿mediocridad?, pero no quería concluir algo tan cruel e injusto conmigo.
Años después, entendí qué sentían, y le pude poner nombre: envidia, lo supe porque también la sentí. Mi hermana menor se tituló sin lamentos emocionales, y lo había logrado con posibilidades casi idénticas, o quizá peores, de las que yo enfrenté. Pude haber actuado como Vanessa, quizá como Sara, pero era mi hermana y solo me encerré en mi habitación, con la cara colorada de envidia, abrí el documento de mi tesis y no paré hasta obtener el título. Claro que debo decir que mis condiciones económicas no eran tan raquíticas como años anteriores, había por fin, tiempo de redactar, entre las dos jornadas laborales. Que para algo sirviera ese color de mis mejillas con sabor agrio para no culpar a otras de mis problemas. Me dio vergüenza sentir eso, pero lo sobrellevé tecleando sin parar, día y noche, frente a mi vieja computadora, resultando así unas doscientas setenta páginas de pura venganza conmigo misma. El día de la titulación de mi hermana fuimos a festejar al bufet de comida mexicana y exploré cada sensación mía para darme cuenta que podía volverse orgullo por ella, así fue, sentí orgullo por sus agallas e inteligencia, por no detenerse frente a nada.
Un día la academia se volvió un lugar asequible, pero siguió siendo un mundo ajeno, obtuve el título sin mucho escándalo, los trámites se detuvieron un año por la pandemia, pero al final, con mucha paciencia, levanté mi brazo frente al Zoom, andando en pans y calcetines. Luego hasta entré a tres maestrías, me titulé de dos, y en unos meses, concluyo la tercera, pero esa es otra historia.
Cuento esto porque la envidia es común entre nosotras, puede ser el fuego que carcome y nos hará maldecir, pero también puede ser una provocación para mirarnos adentro y saldar pendientes de años. La envidia te la puede desatar la foto de una mujer feliz o la puedes desatar para otras posando en una foto feliz. En cada caso, la envidia es un trabajo para quien la siente y de nadie más.