Las otras mujeres con hijas le llaman “la hora bruja”, no tenía idea de que eso existía, me agarró desprevenida el viernes pasado, Siwuatl comenzó a llorar en punto de las seis de la tarde, como el día anterior, pero esta vez fue incontenible, su llanto me sacudía por dentro, como nunca, pensé que dejaría de respirar en cualquier momento entre grito y grito, así que hice todo a mi alcance, arrullar, dar de comer, acostar, volver a cargar, ponerla a la ventana, quitarla de la ventana, apagar la luz, usar su carriola, ponerla en el fular, quitarla del fular, parecía que todo movimiento era una provocación para su llanto, terminé molida, llorando junto a ella, con mi madre al teléfono que me sugería cosas: quizá es calor, quizá es un cólico, quizá la luz, hice todo hasta que me encontré abrazadita a ella, llorando juntas. Al otro día, yo traía los ojos hinchados y la sensación de culpabilidad, quizá por no cesar su llanto le había provocado una afectación a su cerebro en desarrollo, como dicen los consejos de crianza: nunca debes dejarla llorar, pero es que hice todo a mi alcance y no podía y no podía. Aquella noche la amora dijo que era su forma de comunicarse, pero no le creí. Tampoco cuando mis amigas con hijas me dijeron que solo era llanto, su única forma de liberarse. Luego vinieron desconocidas a llamarle «la hora bruja», desde entonces me siento a mirar el reloj a las seis y sucede, Siwuatl se revolotea, no he querido aceptar tal crisis hasta hoy que no tuve más remedio que acunarla lento, aceptar mi derrota. Ahí vino un recuerdo, mi madre hacía lo mismo conmigo y también lloraba porque yo lloraba, entonces por recordar, volví a llorar con mi Siwuatl en mis brazos y después de media hora, por fin dejó de llorar, pero yo seguí quedita haciéndolo.