En el patriarcado, los cuerpos de las mujeres son máquinas para los hombres, máquinas de trabajo en hogares, máquinas para parir hijos e hijas para hombres, máquinas para servir en las calles, máquinas de explotación sexual para los hombres.
En el capitalismo, los cuerpos de las mujeres latinoamericanas son máquinas de trabajo en hogares, de más de un par de hogares, máquinas para fábricas, de más de un par de fábricas, máquinas para las calles, de muchas muchas calles, máquinas para los Estados, de todos los Estados, máquinas para parir hijos e hijas, para todos los hombres de todo todo el mundo, y máquinas de explotación sexual para los hombres, de un puñado, de cientos o miles de hombres.
En el patriarcado de nuestros días, las mujeres miramos nuestro cuerpo como una máquina, comemos paradas porque no hay tiempo, pasamos un paracetamol si algo duele, reducimos las consultas médicas porque no hay dinero o porque hay violencia en el consultorio, ignoramos dolores porque la jornada apremia, comemos lo que sea porque hijos, hermanos, esposos, sobrinos o nietos tienen hambre, las niñas comen poco, ellas aprietan la panza como nosotras.
De nuestro cuerpo conocemos lo que los hombres dijeron, procuran nuestra salud para el uso sexual y reproductivo de nosotras: esto no porque vas a querer tener hijos, esto sí porque tu cuerpo no vale nada, esto tampoco porque no eres de uso sexual. Nosotras aceptamos, hay que seguir trabajando.
Las feministas empezamos a amarnos, esta lonja que se me hace aquí, esta papada que tengo, estas estrías, esta menstruación que creí asquerosa, este odio a mi propio cuerpo comienza a irse, estos dolores de cabeza que tienen una explicación, este ardor en la panza que se me viene en esta situación, miramos lo que empieza a ocurrir, las hay quienes empiezan con una dieta de vegetales, otras que se inscriben a nadar o a correr, otras que pueden percibir los movimientos de sus órganos: me duelen los ovarios, dicen con exactitud algunas compañeras; yo ya les he dicho que siento que mi útero se mueve, lo siento bien clarito.
Otras más llevan una bitácora de dolores, cuando me enojo me duele aquí, cuando tengo miedo me duele aquí, acudimos a consultas, nos dan medicamentos, acudimos a las ancestras, tomamos sus yerbas, acudimos a nuestras madres y nos explican desde cuándo sentimos lo que sentimos, que a ellas también les pasa y qué cosas hicieron para calmar el dolor, ¿somos esto? ¿esto es lo que hicieron con nosotras? ¿ellas mejoraron con lo que les dieron? ¿es eso lo que me espera sin nada que pueda hacer? ¿qué es lo que puedo hacer?
Es ahí que somos cuerpA, así en femenino, no solo es el femenino de cuerpo como ironizan varias, es el reconocimiento de nosotras como sujetas, es otra noción, tenemos cuerpA, somos cuerpA, esta cuerpA es ancestral, esta cuerpA es de mi madre y de mi abuela también, de mis hermanas y seguro de una hija que algún día tendré, esta cuerpA sufre, pero esta cuerpA se recupera según balanceemos entre la medicalización excesiva y los saberes no patriarcales, algo resulta, lo que resulta de esa actividad de re-plantarnos como árboles en el mundo, yo le llamo magia, pero algunas se asustan, las que buscan cobijo en las palabras y pensares de hombres se ríen, pueden llamarle reflexión al acto de no sabernos máquinas, pero yo me refiero a saberlo con la cuerpa aunque sea poquito, porque cuesta, le llamo cuerpA al acto de saber que nos falta recuperarnos y de comenzar a hacerlo a sorbitos, porque no sabemos hasta qué nivel no hemos podido ser nosotras.
– Oye, mamá, si reencarnaras en un animal, ¿qué animal te gustaría ser?
– Una osa, para nunca en la vida tener que preocuparme por el peso, sí, una osa grande.