Yo no voy a dejar que las catástrofes de los hombres alteren mi esperanza. Que el mundo se acaba, el agua, las selvas, el calor aumenta, el empobrecimiento arrecia. Lo sé, lo conozco, soy una mujer latinoamericana crecida en el neoliberalismo, sin herencias y sin tierra. Nunca vi a una ancestra tomar vacaciones y mi agenda aún acumula los gajes de no tener futuro asegurado. No voy a permitir que sus noticias, décadas atrás conocidas, me hagan creer en una respuesta con ellos, a su lado, bajo su yugo. No hay emergencia que justifique estar con hombres, no hay ninguna situación que amerite ponernos en riesgo, no son compañeros, nunca lo han sido, no es «compañero» aquel que acaba con nuestra vida y tranquilidad. No voy a dejar que las catástrofes de los hombres alteren mi esperanza. Aquí no hay lugar para la idea de un «equipo conjunto» o una «hermandad» que al final huele a maridos y a silencio impuesto a las mujeres. Es tiempo de seguir apostando por nosotras, desde un profundo respeto a nuestra piel, a nuestros órganos, a nuestra cuerpa y a la cuerpa de las otras, para mí esa es la guía de la recuperación de la vida.