En aquellos tiempos aún no emitían permisos para ser madre, aunque el patriarcado arreciaba, no los habían inventado, esos vinieron después y antes de la revuelta. Argumentaron que lo hacían por nuestra salud, por el planeta y por la economía, las liberales apoyaron por su adoración a toda institución patriarcal y las cuirs académicas bailaron porque su consigna de la huelga de úteros había triunfado. Sin embargo, en el tiempo en que tú naciste, nadie podía detener que yo me embarazara, bastaba un poco de ingenio y podía conseguirlo cualquiera de nosotras, en su propia cuerpa, cada que así lo deseara, en teoría, porque el detalle estaba ahí, que rara vez alguna quería, y tenía lógica en la eterna crisis y las historias de opresión, pero siempre hubo quienes sí. Recuerdo que cuando yo lo hice, me sentía una prófuga de la ley, había descubierto cómo crearte y nadie vigilaba, tampoco nadie podía detenerlo, en mi útera inflada crecías tú, sin más permiso que el mío y el tuyo. ¿Sabes?, hubiese querido contarle a todas sobre mi certeza política, pero me contenía en tiempos de la no-maternidad, era abominable decirlo, pero así lo presentía desde entonces. En realidad la enseñanza vino de tu abuela, siempre de ella, Estrella me dijo antes de que todo comenzara: Tienes útero y puedes hacer una niña si quieres. Recuerdo que eso que era una obviedad para ella ante mis lágrimas, para mí fue un destello.