Me gusta la nube de duraznos que la circunda, aspirarla por el cuello hasta llenarme. Hace poco cambió los duraznos por flores y la atrapé desconcertada en mi nariz mientras me contaba su descubrimiento. El nuevo olor ya lo llevaba tatuado antes de conocerla, es el olor de mi origen y de mi posible final. Pero en ella huele a flores con duraznos, como si lo reinventara para convertirlo en el aroma de una flor imposible que debe ser la misma que beben las hadas en un té, cualquier tarde soleada. Pocas veces la he atrapado en la calle sin que esté, me quedo en lugares tratando de percibirla o persigo mujeres que por segundos parece que pueden imitar algún porcentaje de olor, pero no son ella, ella vive lejos de esta ciudad que se inunda cada noche. Le digo por mensaje que quiero aspirarla y ella reniega como si supiera que tengo el poder de bebérmela en los pulmones y hacer un depósito de ella, sin su permiso, como una sedienta y ladrona.