Chantaje emocional

El día que en los círculos de mujeres feministas nos prohibieron hablar de nuestras menstruaciones, de nuestros abortos y de la violencia obstétrica porque eran temas “transexcluyentes”, ese día me volví terf. Muchas compañeras se deslindan del acrónimo, pero en los últimos años a mí ya me da exactamente igual lo que digan de una.
Ya tiene tiempo, poquito más de una década que la ola queer entró a la Ciudad de México. Al principio fue como una broma de mal gusto, no era posible que estuviéramos dejando de hablar de nosotras solo porque un par de señores se sentían excluidos de nuestras charlas de menstruación. Pero después la cosa se puso seria. Las legislaciones los apoyaron y se logró el cambio de enunciación de género antes que el aborto en casi toda Latinoamérica.
Invadieron las competencias deportivas de mujeres y ocuparon las cuotas históricas en las universidades y en los espacios públicos. Pronto, los 8 de marzo se llenaron de hombres transfemeninos hablando de lo que era ser mujeres. Ustedas bien saben que he insistido mucho en que usemos “transfemeninos” (en lugar del desatinado término de «mujer trans») para describirlos, porque lo que ellos transitan es la feminidad impuesta a las mujeres, que es lo que creen que somos, es que no saben nada de nosotras. Así que empezamos a verlos en aquellos espacios que tanto costó que la mujeres consiguieran.
Al mismo tiempo que ellos se convertían en los portavoces de nosotras, como siempre ha sucedido, solo que ahora decían ser mujeres, nos redujeron a “cuerpo menstruante”, “cuerpo gestante” y finalmente “mujer cis”, a la par, se iban aprobando políticas públicas a favor de la prostitución, el alquiler de úteros y el uso de nuestros cuerpos para diferentes fines, esas políticas bien decían que estaban dirigidas a “cuerpos menstruantes” y ellos en los estrados se volvieron los señores y voceros de nosotras con el término «mujer», a secas, y pobre de ti si te atrevías a aclarar que eran ellos trans, porque eso ya era «transfobia».
No fue fácil comenzar a denunciar, yo misma fui creyente de la teoría queer, recién egresada de la universidad. Yo misma no creí en aquellas que notaron la violencia sexual y feminicida de los transfemeninos porque eran hombres cualquiera, hasta que fue uno de ellos, dos de ellos, tres de ellos, quienes me violentaron y amenazaron, y ninguna de mis compañeritas, fuera del lesbofeminismo, me creyó. Pero de eso ya he hablado mucho antes.
Lo que descubrimos es cómo contestaban a nuestras denuncias y eso era simplemente con chantaje emocional. Ante la evidencia de sus financiamientos internacionales, públicos y privados que gozaban los transfemeninos para usurpar lugares, ellos respondían que las terf «les negábamos su identidad», así que narraban historias tristes sobre cómo desde niños les gustó un vestido de princesa o se pintaban sus uñas a escondidas. Si me preguntan a mí, me parece irrelevante que un hombre se ponga un vestido o pinte sus uñas, se haga una cirugía o se inyecte los labios, por mí que ese implante un cuerno futurista en la frente, me da lo mismo. Lo que no aceptaré es que esa experiencia sea la de ser mujeres.
Si nosotras aceptáramos que ser mujer es eso, un vestido o una cirugía en cuerpo de hombre, estaríamos aceptando que se puede ser (o no ser) mujer con simple voluntad. Lo que significa que todas las mujeres asesinadas habrían sido víctimas de sí mismas, porque no es culpa del feminicida ya (de ahí el éxito del mercado trans), sino de ellas por no nombrarse géneros «no binarios», es culpa de ellas por seguir aferradas al «binarismo» o a la «dicotomía» de género. Y eso no solo es falso, es cruel con tanta violencia sobre nosotras, mejor dicho, es parte del continuo de violencia feminicida.
El chantaje emocional ha sido su arma y la usan sin escatimar.
Por ejemplo, si estás contra la prostitución, y logras ver el entramado de redes de trata, ellos y ellas contestarán con chantaje emocional: «Eres tú la que está en contra de las mujeres víctimas de la violencia sexual». Jamás en ninguna postura abolicionista se estuvo en contra de las mujeres sino de los proxenetas y sus defensores/as, pero entonces ellos narrarán, así como cuentan de sus anécdotas pintando sus uñas de colores, cómo alguna mujer bien adoctrinada por el patriarcado «eligió» la violencia contra su cuerpo y cómo eso la hace «autónoma», «libre» y «con agencia».
Lo mismo sucede si te atreves a analizar cómo el narcotráfico es la columna de la prostitución, apenas logres verlo, ellos y algunas de ellas, dirán que en realidad estás en contra de su consumo porque son pobrecitos/as víctimas del capitalismo, como tienen muchos problemas de salud, por eso consumen y lo que tú haces al revisar y denunciar la violencia del narcotráfico, con terribles consecuencias feminicidas, es «atacar su consumo personal, individual, neurodivergente, no binario y decolonial»…eres a fin de cuentas, una «fiscalizadora», una «panista», «la tía conservadora», hasta «antiaborto».
El chantaje emocional es su mejor arma porque somos mujeres en el patriarcado. He conocido decenas de mujeres que coinciden con la postura que aquí describo, pero dudan de sí mismas porque «no quieren negar la identidad» de los hombres, porque «no quieren criminalizar el consumo individual de sustancias psicoactivas», «porque no quieren atacar a una mujer que se dedica a la prostitución». Es chantaje emocional, una arma simple, bien cimentada en milenios de culpa misógina sobre las mujeres, porque ni puedes (de posibilidad ni de voluntad) negar la identidad de alguien y menos de un hombre, ni criminalizas el consumo de vaya a saber quién (porque ni tienes el poder ni puedes), es decir, nadie te pide permiso para comprar o no al narco, y tampoco atacas a mujeres víctimas de violencia sexual (porque tú misma eres sobreviviente de esa misma violencia), ¿cómo es que te pueden asustar con tan poco? ¿cómo es que nos pueden asustar con tan poco?

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