Desde el neoliberalismo, gracias a su brazo ideológico: el paradigma de la posmodernidad, se cambió el entendimiento de las movilizaciones sociales y populares (de los años setenta), como las organizaciones feministas o las organizaciones de pueblos en defensa de la tierra, a «políticas de identidad».
¿Qué significa esto? Dos cosas. Primero, que cooptaron movimientos sociales a través de financiamientos para que sus causas se volvieran empresas clientelares del propio sistema capitalista, o sea, las ONG generistas que hoy defienden los intereses de las redes de trata por distintos fines (sexuales y reproductivos, principalmente) y que se escudan en la eterna bandera del aborto regulado por el Estado.
Segundo, una vez hecha la cooptación, se estableció que lo que hacían las feministas no cooptadas (porque sí hubo quienes sobrevivieron a la institucionalización) hacían políticas de «identidad», teóricamente hablando. ¿Qué es la identidad según la posmodernidad? Algo así como una «etiqueta» muy «limitada» que «reproduce lo que critica» porque «excluye». ¿Les suena?
La traducción es que para la academia, el mercado y los gobiernos: Las organizaciones de mujeres (no cooptadas) no son ya organizaciones ancestrales (aunque lo seamos), ya no nos organizamos en contra de una estructura concretada en hombres reales (que lo seguimos haciendo) sino que simplemente «somos identitarias». Y ante esto, la academia es por sobre todas las cosas, anti-identidad.
La posmodernidad enarboló así su crítica «más sesuda» (léase con ironía): son «anti-identidad». Desde ahí criticaron cualquier organización social por definirse de forma «negativa», porque según esto, cualquier movimiento de mujeres es un movimiento «identitario» porque parte de la negación de lo otro, en nuestro caso: «no somos los hombres». Pero esto es mentira, las mujeres nos hemos definido desde nuestra historia ginocéntrica, desde nosotras mismas, no nos definimos en la negación de los hombres, al revés, ellos se han planteado como la negación de nosotras, pero ese no es nuestro problema existencial, que no tengan una historia más que de asesinatos y muerte no es nuestro problema, el problema es que esto conlleva que nos violenten y asesinen, eso sí es nuestro problema.
La academia posmoderna fue un poco más allá y dijeron que si las mujeres sabemos lo que somos, no por los hombres sino por nosotras, por ejemplo, por el útero de nuestra madre, por las palabras que enseñaron las abuelas, por nuestra ginealogía, por las rebeldías, creación y creatividad de nuestras ancestras, además de «identitarias» somos, que suene un tambor de suspenso: «esencialistas».
De acuerdo con los hombres y su academia, «esencialismo» es que sabemos quiénes somos «a modo de una sustancia» o «esencia» ahistórica y presocial, o sea, las mujeres que nos definimos desde nosotras mismas creemos en una sustancia mágica que no tiene sustento, ya saben, el sustento son ellos. En realidad, esencialista significa que las mujeres hablamos de nuestra historia por fuera del opresor. Así que por mí, que nos digan esencialistas todo lo que quieran.
Al final, lo que esconde la teoría posmoderna es una base fundante del patriarcado: Las mujeres no nos podemos definir a nosotras mismas, en otras palabras, no podemos hablar de nuestra historia porque somos objetos, así que al hacerlo, nos critican con una cantaleta: identitarias, esencialistas, y si quieren aderezar, fascistas. Porque quienes sí pueden definir la historia son los hombres y si te sales, eres enemiga de la humanidad (por fortuna, la humanidad significa hombres, en ese caso, soy enemiga de la humanidad).
Resumiendo, las organizaciones de mujeres fueron reducidas a «identitarias», y se aborreció la identidad desde la teoría de los hombres, o sea, nos caricaturizaron y así se concluyó que la propuesta revolucionaria (autoría de hombres) era ser «nómada», en relación con lo otro porque el poder «fluye», «sin identidad,» sin «reforzar» el mundo que te «excluye». Simple: Lo queer, el nobinarismo, lo trans.
Esto es interesante porque siguiendo los aprendizajes ginosociales, las mujeres sabemos echar raíces, trascender, crear lenguaje, vida, alimento, felicidad e historia, y ellos han sido errantes y parasitarios, no dista mucho de su propuesta posmoderna, es una calca de la fundación del patriarcado: transitar, nomadear, no asumir historia porque no tienen, pero sí hurtar lo poco que no entienden. Parásitos.
Lo que están afirmando los adoradores del neoliberalismo es que las mujeres no podemos definirnos a nosotras mismas desde nuestra historia, pero ellos sí se pueden definir con nuevas identidades autopercibidas: «mujer trans», «no binario», a las que por cierto no llaman «identidades», llaman «rupturas», ah, vaya… esperen, es aún más violento, las identidades que están criticando las asumen ellos, ellos son las mujeres, pero no pueden ser nosotras, así crean identidad alrededor de lo «femenino», nuestra cárcel que no somos nosotras, entonces no hay nomadismo ni flujos, hay identitarismo reacio, el verdadero identitarismo es: plagiar y hurtar la vida de las mujeres, pero no pueden, hurtan lo que no somos.
Para rematar, la academia posmoderna dice que el poder eres tú, tú eres el sistema, es pobre quien quiere, el cambio es «uno», y que, por tanto, organizarnos contra hombres, contra la hegemonía blanca es «identitario», una falsa salida porque «el sistema no son hombres», al contrario: «somos todos». Tampoco nos cuentan que un grupo oprimido al organizarse no «reproduce» lo que lo «excluye», sino que se defiende. En el caso de las mujeres, podríamos decir que somos organización colectiva y popular, pero va mucho más allá, nosotras hacemos vida y eso no es identidad, porque la identidad (y sus correspondientes críticas) es plagio y hurto de lo que se cree que la otra es, lo que hacemos es complejamente la vida misma, no han estado nada cerca de teorizar sobre nosotras.