Sobre el consumo de juguetes

Los juguetes sexuales no son reivindicables en ningún sentido desde el feminismo, a menos que ustedes sean cuirs y sabemos de sobra que eso no es feminismo. Y sí hablo de todos los juguetes, todos todos, y sí también incluyo a los estimuladores de clítoris ¡sobre todo en este tiempo en que se hicieron tan famosos! claro que sí. Son una treta del capitalismo para no sentirnos a nosotras mismas, ¿por qué?, un artefacto comprado en tienda, se interpone entre tus manos y tu clítoris, ese clítoris que a duras penas nos hemos recuperado para nosotras, ese clítoris al que tampoco se reduce todo nuestro placer, porque somos piel, poros, cuerpa viva, pero aquí el punto es que tú no te toques, el punto es que no te sientas tú, el punto es que aún dependas de ellos a través de un artefacto que venden en sus estantes, es una extensión de ellos. ¿Eso creemos que es explorar la sexualidad? qué vil, qué tristeza. ¿Hacernos consumidoras de objetos inservibles? Luego las cuirs se ponen muy «creativas» y hasta «autogestivas» y juegan con pepinos, ¡pe-pi-nos! qué horror, cuánta cultura del falo hecha pesadilla, yo no quiero un pepino, ni un pingüino, ni un motor de pilas, quiero tocarme con las yemas de mis dedos, en mis tiempos, en nuestros tiempos si es placer compartido entre nosotras, sin prisas marcadas por un motor, sin extensiones de la heterosexualidad, porque eso es usar uno de esos artefactos, extender el poderío de los hombres a nosotras, qué turbio haber llegado al momento en que los juguetes se reivindican –sin nada de duda– como «libertad», qué turbio, qué triste, qué rotas estamos. Ya lo decía Sheila Jeffreys hace décadas: «Hay que crear nuevas necesidades nunca imaginadas por las mujeres, para poder vender estos artículos y entretanto se construye una nueva sexualidad… Esta es casualmente una fiel copia de los preceptos de los pornógrafos masculinos y de los fundadores de la sexología».

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