Placer

Las madrugadas de «día de reyes» eran placenteras. Iba al árbol de navidad y jugaba con mis muñecas, de mis regalos favoritos fue una grabadora de voz con que imaginaba ser locutora y la avalancha naranja que le trajeron a mi hermano menor, con la que montábamos una carrera de autos entre los sillones. Ya exhausta, me iba a dormir una siesta a la hora del desayuno, no sin antes haber comido cereal con chocomilk hasta saciar toda la tripa chillante. El día anterior, mi madre nos había llevado a jugar al patio de mi abuela, lleno de montañas de arena y grava que raspaban las rodillas, su objetivo era cansarnos para tener tregua por la madrugada, pero nunca funcionó. Después de llegar de casa de la abuela, cansada de haber hecho tantas pócimas de lodo y conjuros improvisados, entre corretizas y sudor, yo tocaba la cama y dormía sucia y despeinada sin posibilidad de despertar hasta las dos o tres de la mañana en que sentía que mis regalos ya estaban en el árbol. Jugaba y jugaba y caía dormida por ahí del desayuno para pronto volver a jugar más. Mi madre me despertaba para bañarme. «Mamá, pero estoy limpia. ¿Cómo vas a estar limpia si jugaste toda la tarde de ayer y no quisiste bañarte? Pero me siento limpia, limpia por dentro». Lo que yo decía era real, pero no era “limpieza”, era placer, no sabía cómo se llamaba. Jugar tantas horas provocaba que todas las sustancias cerebrales se liberaban y me sentía plácida y entera, como limpita por dentro. Empecé a distinguir esa sensación más grande, cuando platicaba horas al teléfono con mis amigas, como si esa relajación que solo me daba el agua del baño, la obtuviera con ellas con solo hablar y escucharlas. Mucho más grande encontré esa sensación en las noches de sexo lésbico y en las risas descontroladas de las reuniones feministas. Y mucho más tarde, encontré esa misma sensación en los besos con Mariana, quien lentita y quedita me relaja toda por dentro, haciendo que sus efectos me duren varias horas hasta el otro día, aún entre prisas y trabajos, como si me hubiera dado a beber esa pócima que yo inventaba de niña. En los días más recientes, percibo esa sensación a solas, llevo dos días despertando entre mis sábanas sintiéndome limpia por dentro, coincide con dos días en que mi cuerpa ya no da alertas de emergencia, como si yo sola me envolviera en mi propio placer, el placer de vivir, y ahora lo cuido como si fuera un fueguito que no quiero que nada lo apague, un fueguito similar al agua cayendo sobre mi piel.

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